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La luz entró a raudales en la habitación, y Allegra se despertó con una sonrisa en los labios. No sabía por qué. Estaba adolorida en sitios que le avergonzaba mencionar en voz alta, pero estaba feliz.

Miró a su lado a Duncan dormido. Estaba boca abajo, con el cabello ensortijado y revuelto, el rostro totalmente relajado… y gloriosamente desnudo. Sin pensarlo mucho, levantó su mano y la pasó por sus costillas. No creía que Duncan fuera de los que invirtiera dinero o tiempo en gimnasios, pero ese cuerpazo era digno de admirar, pura piel lisa, sin grasa, tersa y dura.

Metió sus dedos entre el cabello revuelto aún sonriendo.

—Tienes bonitas pestañas, ¿sabes? –susurró—. No es justo, no eres m

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