¿Sería mi novia, señorita?
¿Sería mi novia, señorita?
Por: Javiera Bielefeldt
Capítulo 1

Como cada día, voy a mi trabajo. Soy secretaria de gerencia, trabajo que realmente me gusta, ya que me permite darme uno de los lujos que tanto amo. Como no soy buena madrugando, porque me gusta quedarme pegada entre las sábanas para disfrutar de un pequeño relajo antes de levantarme y comenzar mi día, agradezco que mi horario de entrada sea de una hora después, en comparación a las otras secretarias de la empresa.

Estoy llegando al edificio. Me gusta trabajar allí porque es una construcción antigua que denota elegancia, pero que a la vez va acorde a lo moderno de hoy en día. Una vez que visualizo la entrada del estacionamiento, me acerco a la portería y busco en mi cartera mi identificación como trabajadora de la empresa, es algo monótono y aburrido el tener que hacerlo a diario, pero es parte del procedimiento de la compañía. Saludo al señor Hank, el guardia de turno, el cual me cae muy bien, ya que es una de las pocas personas que si te saluda por la mañana, lo hace con una sonrisa.

—Buenos días, señorita Thompson. ¿Cómo está hoy? —saluda muy alegre, mientras pasa mi tarjeta por la máquina que marca la hora de llegada de los empleados.

—Buenos días, Hank. Estoy muy bien, ¿y usted? —contesto con una sonrisa, recibiendo mi identificación de regreso para guardarla nuevamente en mi cartera.

—Muy bien esta mañana, señorita Ashlee. Que tenga un lindo día.

—Usted también, Hank. Lo veo hasta la tarde.

Me despido de él y sigo mi trayecto hacia el interior del estacionamiento. A pesar que ya está siendo de día en el exterior, al interior se ve muy poco, solo hay unas pocas luces que hacen que el lugar tenga aspecto algo lúgubre. Otro beneficio que me da mi puesto es que tengo espacio designado para aparcar, así que no tengo que buscar un espacio libre para dejar mi vehículo. Llego a mi estacionamiento y me detengo para bajarme rápido de mi auto, porque me da miedo la oscuridad y los lugares con poca luz. Salgo rápidamente y me encamino al elevador para llegar pronto al escritorio que me espera como cada día en el piso quince, deseando que a este no se suba nadie más.

Cuando llego a mi puesto de trabajo, que está al lado izquierdo del ascensor, dejo mi cartera en el último cajón del pequeño estante que se sitúa a mi lado. Solo saco mi celular para dejarlo a un costado de la mesa, el que previamente he puesto en silencio.

El señor Adams, aunque es bastante joven, es un hombre muy estricto al que no le gusta que uno tenga objetos personales en nuestro lugar de trabajo, porque aquello significa distracción, más si estos son tecnológicos. Recuerdo que hace seis meses tuve que suplicarle que me permitiera tener mi móvil en la mesa debido a la enfermedad de mi hermana Melissa, pero con la condición de mantenerlo en silencio.

Mi hermana sufre de leucemia, y el último año su enfermedad ha avanzado, por lo que al estar lejos de casa, prácticamente, le he suplicado al señor Adams que me deje tenerlo a mano, ya que como mi padre está muerto, yo soy el único apoyo que tiene, además de mi madre. Gracias a Dios, no han tenido que recurrir a la llamada.

Como siempre, mi primera labor es encender el computador para revisar los correos electrónicos que hay pendientes. Detesto esos días en que esa lista es larga, así que agradezco que hoy solo hayan sido seis. Mientras voy redactando el segundo mail, escucho que suena el timbre del ascensor, el cual solo indica una cosa: que hace su entrada mi jefe, quien, por supuesto, es el dueño de la empresa. El señor Adams se ve impecable en su traje azul marino con pantalones a juego, camisa blanca y corbata color salmón. Sin duda, este hombre es capaz de intimidar a cualquiera, no importa si es hombre o mujer. Debo reconocer que yo era una de ellas, y más que otra cosa, me siento algo cohibida cuando estoy cerca de él. Quizás, una cosa que hace que me sienta así, es el hecho de que como no soy buena maquillándome más de lo necesario, me siento menos que las demás y por ende un hombre guapo como él no se fijaría en mí. Además, está claro que todas las mujeres de la empresa desean meterse en su cama y disfrutar de una noche con él y cumplir la fantasía cliché de tener una noche de sexo entre jefe y secretaria. 

—Buenos días, señor Adams, ¿cómo está hoy? —lo saludo cordialmente como cada día, levantándome del asiento para hacerlo.

—Buenos días, Ashlee. Muy bien, gracias. ¿Alguna novedad? —pregunta mientras se detiene frente a mi escritorio, esperando por una respuesta.

—No, señor, hasta el momento ninguna. ¿Quiere que le lleve su café?

—Por favor, Ashlee, gracias —responde a la vez que se aleja de mi escritorio y se dirige a su oficina.

Llevo poco más de dos años trabajando para el señor Adams, y desde el día uno que me intimida su presencia, pero cuando se marcha, me parece que vuelvo a respirar. Por lo tanto, me pongo de pie y me dirijo a la pequeña sala de descanso, ubicada al otro lado del ascensor, para prepararle su café como cada mañana.

Mi jefe, según muchas compañeras de oficina, es un hombre que no pasa inadvertido ante las mujeres, muchas dicen que parece el adonis de los hombres guapos. La verdad, no las culpo, el señor Adams es un hombre digno de ser admirado en cuanto a belleza se  trata...

Mejor dejo de pensar en él de esa forma, estoy segura que mi jefe jamás se fijaría en mí. Está claro que yo no entro en su lista de intereses femeninos.

Prefiero dejar de especular en un amor que sería imposible y me preocupo del encargo de mi jefe, tomando una taza y poniendo el café instantáneo en ella —negro, como sé que le gusta—, el azúcar y posteriormente rellenándola con agua caliente. Cuando ya está la preparación lista, la coloco sobre una bandeja y busco el contenedor de galletas para servirle, junto al café. Una vez, con la bandeja preparada, salgo de la sala y voy directamente a la oficina de mi jefe. Toco la puerta y espero su permiso para entrar.

—¡Pase! —Se escucha desde el interior.

—Con su permiso, señor —digo, abriendo la puerta para entrar con la bandeja—. Aquí le traigo su café.

—Muchas gracias —manifiesta totalmente serio.

La expresión de su rostro me da una clara señal de que algo le sucede. Se ve molesto y mira fijamente la pantalla de su computadora, como si quisiera romperla en varios pedazos. Ni siquiera me contempla cuando le sirvo el café y lo dejo en su escritorio.

—¿Pasa algo, señor? —consulto algo preocupada.

—No, Ashlee, gracias por el café —responde, pero esta vez dirigiendo su mirada hacia mí, lo que hace que me vuelva a sentir cohibida. Al verme suaviza su expresión. Tal vez, es estúpido que piense esto, pero su gesto me hace creer que mi voz le brinda un poco de tranquilidad.

—Me retiro, señor, con su permiso —solicito mientras giro en dirección a la salida, bandeja en mano.

Al salir, regreso a la sala de descanso para dejar la bandeja y volver a mi escritorio para seguir trabajando. Y así paso toda la mañana entre correos electrónicos y llamadas. De vez en cuando voy a la oficina del señor Adams para que firme unos documentos, y cada vez que entro su expresión es la misma que la primera vez: preocupación.

A decir verdad, no me atrevo a consultarle, ya que no sé si es por motivos de trabajo o algo personal. Él siempre dice que los problemas personales se quedan en casa y a la oficina se viene a trabajar. Así que, por ende, me abstengo de hacerle cualquier tipo de comentario.

Consulto mi reloj y me doy cuenta de que se acerca la hora del almuerzo, por lo que decido llamar al señor Adams para informarle que me iré a comer, pero que lo haré en la cafetería de la empresa que está tres pisos más abajo. Presiono el botón del teléfono que me comunica con su oficina y me tenso al escuchar su voz.

—Diga, Ashlee, ¿sucede algo? —consulta apenas levanta el auricular.

—Nada, señor, solo quería decirle que me retiraba un momento por mi horario de almuerzo. Estaré de regreso en una hora.

—De acuerdo. Al regresar, ¿me podría traer el mío a la oficina, por favor?

—Como guste, señor. Hasta más tarde.

—Hasta más tarde, Ashlee.

Apenas termino de hablar con mi jefe, tomo mi cartera, junto a mi celular, y me dirijo al ascensor en dirección a la cafetería. Llego rápidamente, por lo que voy directo al sector de comida y pido mi almuerzo que solo consiste en un trozo de pollo apanado con ensalada mixta y un jugo de manzana. Agarro mi bandeja y me acerco a una de las mesas que se encuentran vacías. Ya llevo varios minutos almorzando cuando se acerca Sophie, mi mejor amiga, quien también es secretaria, pero con la diferencia que ella es la secretaria del contador de la empresa.

—Hola, Ashlee, ¿cómo va tu mañana? —pregunta tan alegre como siempre.

—Hola, Sophie, todo bien por mi lado ¿cómo vas tú?

—Todo bien también. Aunque con más trabajo que nunca, ahora que se acerca la semana de estadísticas generales, ya sabes cómo es.

—Mucho trabajo y poco descanso.

—Exacto —responde resignada.

—Pero tranquila, es solo una semana full de trabajo cada seis meses —expreso para consolarla. Luego, corto un trozo de pollo y me lo llevo a la boca.

—En fin, cambiemos de tema. ¿Irás a la fiesta que dará Mason este viernes? —inquiere, interesada.

—Estaba enterada, pero la verdad no estoy segura de ir.

—Anda, vamos. Así tendré con quien ir y no apareceré sola por la fiesta —dice a la vez que hace un puchero—. Además, hace tanto que no sales a distraerte —agrega, tratando de convencerme.

En realidad, Sophie tiene razón. Hace mucho tiempo que no salgo a distraerme, entre el trabajo y la enfermedad de Melissa hace ya un buen rato que no me regalo algo de tiempo para mí.

¿Por qué no ir? No tengo novio, no tengo que darle explicaciones a nadie de lo que hago o dejo de hacer, así que al menos por una noche no creo que mi vida cambie mucho.

—Está bien —acepto finalmente, aunque con algo de desgana.

—Gracias, Ashlee, ya verás que no te arrepentirás.

Conversamos hasta que me doy cuenta que se me está haciendo tarde para regresar, y todavía tengo que llevarle su almuerzo al señor Adams, por lo que dejo mi bandeja vacía al lado de las demás y voy por otra limpia para buscar su almuerzo. Una vez que tengo todo listo, vuelvo a la mesa a buscar mi cartera y para despedirme de Sophie. Salgo de la cafetería y regreso a mi piso con la bandeja en la mano. Al salir del ascensor, voy directamente a mi escritorio para dejar mi cartera y seguir rumbo a la oficina de mi jefe a dejarle su almuerzo.

Espero que no tenga todavía esa cara de enojo, porque cada vez que la tiene es capaz de cohibirme por completo y, también, es capaz de bloquearme con ella cada uno de mis sentidos.

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