Capítulo 4:

Durante una semana Valentina no supo nada de David. Nada de forma presencial. Sin embargo en su despacho siempre la estaba esperando una docena de rosas rojas. Todos los días. En la tarjeta no venía nada más que dos iniciales en una caligrafía corrida. Y si no fuera porque la letra era la misma podía afirmar que estaba a merced de un loco. Un loco endiabladamente guapo. Y aunque eso siempre lo había considerado una cursilería, no había mujer en la tierra que no se sintiera conmovida y muy femenina ante la belleza de esas flores.

Una sonrisa se dibujó en su cara cuando al entrar vio nuevamente el jarrón lleno. Sin ningún hueco o espacio. Eso le alegró el día. El fin de semana ni había sido lo esperado. La cena de todos los domingos en casa de sus padres había vuelto a acabar en discusión.

Su madre nunca les había demostrado mucho amor. A lo largo de su vida las muestras de cariño habían sido escasas. Valentina no recordaba ninguna vez, ni siquiera haciendo un esfuerzo y buscando en las memorias de antaño que Clare Cronwell las hubiera felicitado por sus logros o les hubiera dado un beso de buenas noches. Sin embargo siempre había tratado de imponerle su voluntad. Y mientras Valeria y ella eran niñas, su madre podía hacer y deshacer a su antojo, pero con el tiempo llegó el conocimiento de que podían enfrentarla y salir victoriosas. Sobre todo cuando contaban con un aliado tan bueno como Fernando Cronwell.

Su padre era todo lo contrario. Donde su progenitora era fría, Fernando era cálido y amoroso. Donde su madre no asistía a sus obras de teatro y competencias por los diversos eventos sociales, Fernando siempre hacía un hueco para estar en primera fila. Jamás se había perdido nada a pesar de que había tenido que cancelar o reordenar numerosas reuniones a lo largo de los años. Clare jamás las había apoyado. Fernando había cumplido ese papel con creces. Sus princesas eran la máxima expresión de su orgullo y júbilo. Y la genética había sido sabia pues tenían muchos de sus rasgos. El más singular: ese color de ojos tan inauditos.

— ¡Rayos y centellas, sirena! Contigo hay que mandar a buscar la muerte. —El brinco que Valentina dio no fue para nada fingido. Y si no fuera porque era doctora y se conocía al dedillo el cuerpo humano, pensaría que le estaba dando un infarto de lo rápido que le corría el corazón.

—Menudo susto —dijo mientras se ponía una mano en el corazón como si quisiera de alguna manera frenar sus erráticos latidos— ¿Qué estás haciendo aquí?

—Venir a verte ¿no es obvio? Tuve consulta hoy. Entonces me dije que porque no darle una vueltecita a mi doctora favorita. Así que, aquí estoy.

—David debes de tener a mujeres haciendo fila para salir contigo. Estoy segura que si las llevas a dar una vuelta por Central Park estarían orgullosas de ese logro. Entonces no entiendo como es que te llamo la atención. ¿Qué tengo yo que no tengan ellas? ¿Qué me hace especial?

David dio unos pasos hacia delante logrando romper esos metros que los separaban. Que hacían que estuvieran demasiado lejos el uno del otro. Solo cuando sintió que sus alientos se entremezclaban y que podían darse un beso si giraban la cabeza en el ángulo adecuado, habló:

—Me intrigas, Valentina. Me intrigas muchísimo. Es con la primera mujer que eso me sucede. Y no sé por qué no puedo salirme de tus redes. Ni siquiera lo quiero intentar. El alejarme de ti. Y quiero conocer el futuro de esto, sea lo que sea. ¿Qué tiene de malo?

—Nada —comentó Tina uniendo sus ojos y perdiéndose en esas oscuras profundidades—, no tiene nada de malo. Solo quería saber cuáles eran tus intenciones.

—Por ahora solo quiero mi respuesta. Sí o no, es simple.

—Sí. Mi respuesta es sí. Tienes un mes. Después de eso decidiremos hacia donde nos lleva el destino. Si a separarnos y a ser amigos o a profundizar más en nuestra relación.

—Tú nunca podrás ser mi amiga, sirena —David vio la pregunta escrita en esos ojos con los que llevaba una semana soñando—. Te deseo demasiado para verte después que acabe el plazo y no querer arrancarte la ropa.

Y aunque lo mató, le dio un beso en la mejilla. Quería que esa primera vez fuera épica. Mágica. Y sabía que en un despacho cerrado, sin ojos curiosos que los miraran, el beso daría lugar a algo más. Y no estaba seguro de tener la fuerza de voluntad necesaria para poder detenerse. Para no empujarla contra la mesa de cedro y hacerla suya.

*****

Bien se decía, que cuando se disfrutaba la vida, el tiempo volaba. Que pasaba tan deprisa que no te daba oportunidad de poder apreciar todos los detalles. Sin embargo, para Valentina esos días los guardaría como un tesoro bajo llave. Todos los momentos habían sido únicos. Incluso aquellos que habían sido demasiado calientes.

Recordar su primer beso todavía la hacía ponerse de color escarlata. Como David la había agarrado contra una sombrilla de uno de los restaurantes de la zona de Pequeña Italia. Ni siquiera le había permitido protestar o advertirle que estaban rodeados de personas. El susto de verse de repente comprimida entre esos fuertes brazos aunque uno estuviera en cabestrillo, la había hecho jadear. David supo aprovechar el momento y lo siguiente que ella había pensado era que estaba recibiendo uno de los besos más sensuales de toda su existencia.

Fuerte, exigente y que la dejó con ganas de más y con las piernas completas de gelatina. Los silbidos y aplausos de alrededor hicieron que el color de los camiones de bomberos se quedara pequeño comparado como se habían coloreado sus mejillas, su cuello y gran parte de su cuerpo.

— ¿Qué rayos...

—Tenias la boca sucia —Había sido la simple respuesta que había dado interrumpiendo de esa forma el discurso que planeaba decir—, con salsa de tomate.

— ¿Y no podías indicarme?

—Que sentido tiene eso cuando yo soy perfectamente capaz de quitar las manchas. Además la tentación era demasiado grande para dejarla pasar.

—Estamos en público.

— ¿Qué? No esperarás que solo te bese en privado. Para esos lugares tengo otros planes.

Sus conversaciones pasaban de las cosas más sencillas a las más complicadas. De las más ridículas a esas que solo podías hablar de puerta para adentro y no apta para menores de dieciocho.

La comida de ese día no fue la excepción. Siempre trataban de buscar un hueco en sus apretadas agendas.

—Sirena, ¿qué prefieres el encaje o la seda?

Valentina no respondió al momento. No podía.

—Me encanta hacerte sonrojar —continuó David al ver el bonito tono rosado que adquiría el rostro de Valentina—. No sabía que a tu edad todavía lo hicieras.

—Cualquiera que te escucha hablar piensa que estás saliendo con una vieja. Tengo veintiséis añitos recién cumplidos. Y no, nunca he podido deshacerme de ese color que acude en momentos de pena o excitación. No se puede pedir más, cuando tengo la piel tan blanca y el cabello rojo. A veces viene solo. Ni te imaginas como se burlaban cuando estaba en el Instituto. Afortunadamente a Valeria le pasa lo mismo. Incluso más que a mí.

—Quien lo diría. Te veo muy calmadita. Nadie diría que eres una guerrera.

— ¿Conoces a alguna pelirroja que no tenga mal carácter? Lo llevamos en la sangre. Forma parte de nuestro ADN.

— ¿Cómo fue crecer con una doble?

—Lo mejor de mi vida. Una constante aventura para salirnos con la nuestra. Aunque, he de admitir que recibí la mayoría de los castigos que eran culpa de mi hermana, pero no iba a dejar que le pasara nada malo. Y las veces que nos intercambiábamos son un recuerdo grato en mi memoria.

— ¿Eres la mayor?

—Por cinco minutos y medio. Valeria siempre será mi hermana pequeña. Aunque a la hora de defendernos mutuamente luchamos a capa y espada. Nuestro padre siempre nos educó con la profunda convicción de que seríamos las dos contra el mundo. Nos enseñó a ser amigas además de hermanas.

—Mi relación con mi hermano mayor no es así. Lo quiero mucho pero nuestros caminos se separaron al irnos a la Universidad —aclaró David después de varios minutos en silencio. A pesar de lo reservado que siempre había sido con respecto a temas personales, ahí estaba contándole a esa bella mujer cosas que no conocía nadie. Y lo más curioso era que Valentina ni siquiera tenía que animarlo. Le gustaba compartir eso con ella, así como le gustaba que ella hablara de sus cosas con él.

—Hemos tenido nuestras peleas. Buenas peleas, pero al final siempre estamos ahí la una para la otra. En una ocasión discutimos por un chico que le decía una cosa a ella y otra muy diferente a mí.

<< Quería saber como sería andar con hermanas gemelas. El tiro le salió por la culata. Le dejamos la cara echa un cromo. Pero antes de reconciliarnos, Valeria me defendió ante las chicas del equipo de porrista. Hasta se peleó por mí. Así que al final no importa lo bueno o lo malo. Lo cercano que estén o no. Sólo que en el momento que te haga falta él esté ahí. >>

David asintió y la acompañó de regreso al hospital. Sus trabajos estaban bastante lejos el uno del otro por lo que se reunían en lugares que estuvieran en el medio. Para qué fuera menos la distancia a la hora del regreso.

Y fue en un atasco monumental en una de las avenidas cercanas a Central Park donde retomaron un asunto que ni siquiera había comenzado entre ellos. Pero que si se alargaba más los haría explotar. Como los cristales del auto deportivo eran negros no había peligro que los multaran por escándalo público. Y todo por un sencillo beso.

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Y aquí estamos de nuevo. Esta novela empezará con actualizaciones seguidas el lunes 16. Mientras tanto pueden agregarla a sus bibliotecas. Y no olviden comentar y decirme que les está pareciendo. Bendiciones

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