El camino de regreso a casa desde la Universidad Santa Mónica no era largo, pero Silvia sintió, por primera vez, una profunda sensación de cansancio. Llegó a su apartamento sin ganas de cocinar, así que simplemente sacó una cerveza del refrigerador y se hundió en el sofá. Un malestar indefinido la carcomía. No sabía exactamente qué le pasaba. Sabía con certeza que ya no amaba a Carlos; ahora, más bien, lo detestaba. Pero las constantes provocaciones y apariciones de Carlos después del divorcio la irritaban profundamente, le provocaban náuseas. Náuseas por haber sido tan ciega como para enamorarse de un hombre así. El alcohol le bajaba por la garganta, un alivio momentáneo que adormecía su malestar. De pronto, el teléfono sonó. Con un movimiento lento, Silvia contestó.
— Cariño, sal, Alucia abrió un bar nuevo, ¡dicen que es increíble! — escuchó la voz de Lucía al otro lado de la línea.
Silvia pensó un momento y respondió: — Mándame la dirección.
…
Tras bajarse del taxi, Silvia