A Silvia se le aguaron los ojos, se apoyó en la ventana y rió suavemente:
—Hablas como si hubiera pasado mucho tiempo.
—Tres días, ¿acaso no me extrañaste?
—Ya te dije hace rato —Silvia pensó un momento y agregó—: Te extrañé.
Quería tocar su rostro, recostarse en su pecho, escuchar ese latido fuerte, tomar esa mano cálida.
Pero ahora solo podía poner su mano sobre la ventana fría, incapaz de cruzar la distancia de cuatro pisos para tocar esa palma que también se extendía hacia ella.
—No puedo alcanzarte —dijo en voz baja.
Daniel abrió la puerta del copiloto y sacó un muñeco de adentro, era un oso rosado:
—¿Te gusta?
—Me gusta, pero no puedo tomarlo —Silvia se entristeció.
—Ve a buscar si tienes una cuerda —Daniel le sugirió.
Silvia buscó por todos lados durante mucho tiempo, no encontró nada en el cuarto. Fue al baño y buscó más tiempo, casi la descubren, finalmente encontró una cuerda.
Desde el cuarto piso la aventó hacia abajo, luego tiró hacia arriba el osito rosa amarrado. Sintió q