Capítulo 131
Silvia se lavó las manos una vez más, puso el fuego al máximo y colocó la carne que había comprado en el supermercado en la olla para escaldarla. Una espuma blanca flotaba en la superficie del agua, y el vapor caliente que se elevaba le golpeaba la cara.

Gotas de sudor comenzaron a formarse en su frente y, justo cuando iba a levantar la mano para limpiárselas, Daniel le ofreció unas servilletas para secárselas.

—Gracias —murmuró Silvia.

Daniel tiró la servilleta a la basura, se limpió las manos y comenzó a cortar las verduras.

Sus manos eran blancas y de dedos bien definidos; hasta el cuchillo de acero parecía una obra de arte en ellas. Sus manos lucían aún más delicadas en contraste con el verde de las verduras.

Silvia le echó un vistazo y, recordando la mano que acababa de limpiar el sudor de su frente, no pudo evitar sonrojarse.

Sacó la carne de la olla y dijo:

—¿Podrías lavar los pimientos?

—Claro —respondió Daniel de inmediato, dejando el cuchillo y tomando los pimientos para lava
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