Al despertar, me encontré tendida en mi cama, con Dana sujetando suavemente mi mano. Su rostro reflejaba una profunda preocupación, y a mi lado estaba Elena, quien sosténía un vaso de agua. La imagen de ambas en ese momento me parecía irreal.
-Toma, mi niña. Es agua con azúcar. Te estabilizará un poco -me dijo Elena, su voz suave como un murmullo de aliento reconfortante.
Con dificultad, traté de incorporarme y le pregunté:
-¿Qué me pasó?
Elena bajó la mirada, como si las palabras que estaba a punto de pronunciar fueran un peso demasiado grande para ella.
-La noticia te afectó tanto que te desmayaste...
Un escalofrío recorrió mi cuerpo. La realidad de lo que había sucedido se apoderó de mí como una sombra pesada.
-Entonces todo es real... No es una horrible pesadilla, ¿verdad? Mi madre está muerta?
-Sí, cariño. Lo siento mucho, Lucy -me respondió, su tono era de una empatía profunda y sincera.
Al girar mi mirada hacia Dana, noté que su brillo habitual había desaparecido; sus ojos est