Nick, no estás solo.
Unas manos cálidas le acariciaron el cuello mientras él volvía del sueño profundo en que estaba sumergido y le costó unos segundos recuperar la conciencia y abrir los ojos por completo.
Cuando lo hubo logrado, se dio cuenta que las caricias provenían de la enfermera Rosemary, y que más que acariciarle, estaba aseándole el cuello con una toalla húmeda, contrario a los perversos pensamientos que le provocó la inconsciencia.
Al darse cuenta de que estaba despierto, ella sonrío con dulzura.
—¡Buenos días, señor Nicolas! ¿Cómo se siente el día de hoy?
A pesar de su trágico estado, ella seguía tratándole con naturalidad y eso a él le gustó.
—Un poco de agua, por favor —logró articular con un graznido y ella, solícita, se acercó a la mesa para extenderle un vaso de agua fresca con un sorbete, que bebió a sorbos enormes.
—Tranquilo, despacio, no hay prisa —susurró Rosemary.
Nicolas aprovechó la cercanía para contemplarla, parecía un ángel del cielo que había caído en su momento más oscu