¡Maldito cliché!
¡Maldito cliché!
Por: A.S. Torres
Prefacio

Héme aquí, en la iglesia, frente a un centenar de personas que ni siquiera conozco, dando el “sí quiero” al tipo que más aborrezco.

¿Quieres saber por qué, alguien como yo, detesta a los hombres como Benjamin Johnson?  Pues está claro: lo odio porque es uno de esos tipos que piensa que con su extraordinario físico (y escaso cerebro), puede tener al mundo y a la mujer que desee a sus pies… Excepto a mí pero esa es una historia que voy a guardarme para más adelante, cuando tenga las fuerzas suficientes para asestar el golpe final, el golpe maestro...

Benjamín me mira fingiendo dulzura mientras coloca el anillo en mi dedo y estoy segura que no le importa en lo más mínimo que le odie hoy, mañana y pasado mañana, y por los siglos de los siglos…

—Amén —respondo cerrando los ojos con fuerza mientras el sacerdote nos da la bendición—. ¡Maldita sea! —murmuro por lo bajo al percatarme de que la cola de mi vestido se ha quedado atorada en el reclinatorio de la iglesia cuando intento girarme para salir a toda prisa de ahí. Tiro con fuerza para poder huir con el poco decoro que me queda y un pequeño trozo de tela se desprende.

No me importa.  Sé bien que es un vestido caro,  la madre de Ben lo adquirió especialmente para mí en su último viaje a Londres y creo que eso es lo que más rabia me provoca. Ni siquiera me dieron la oportunidad de elegir. ¿Es eso lo que me espera de hoy en adelante? ¿Ser un cero a la izquierda y permitir que la familia Johnson tome absolutamente todas las decisiones por mí? ¿Que elijan el nombre de mi primer hijo y hasta la ropa que usará en su primer día de clases?

No, definitivamente no voy a permitirlo.

Ni siquiera nos parecemos un poco, ellos aman la vida social y pertenecen a un exclusivo círculo de empresarios del que yo nunca podré formar parte, debido, principalmente a que siempre he sido una chica sencilla y los convencionalismos sociales me importan una m****a. No soy esa chica que está pendiente del último grito de la moda y a la que lo único que le importa es casarse con un chico rico que le cumpla el más mínimo deseo, aunque no la haga feliz. No necesito el estatus social ni la aprobación de la clase alta de ningún maldito sitio. Toda mi vida soñé con casarme en una playa sin contratos ni mucho menos sacerdotes de religiones en las que no creo; para mí era suficiente intercambiar votos con el hombre que amara y que me amara ante dos o tres de nuestros mejores amigos y los familiares más cercanos. Sin embargo, aquí estoy, fingiendo una sonrisa a todos los que se acercan a felicitarnos; lo he hecho únicamente porque Ben me ha metido un codazo en las costillas en cuanto se ha percatado de que tengo cara de haber asistido a un funeral en lugar de una fastuosa boda.

Cierro por un momento los ojos para que todo desaparezca. Podría reventar ahora mismo y todos los hipócritas que nos rodean pensarían que es la boda más “cool” que han presenciado, luego intercambiarían fotos en sus iPhones última generación mientras cenan en el restaurante de moda, riendo exageradamente para que todos noten lo felices que son en su pequeño mundo de color rosa.

Ben me ofrece su brazo y me obliga a caminar hacia la limusina que nos espera para llevarnos al salón del Hotel Four Seasons. Otro estúpido cliché.

En cuanto bajo del auto, atravieso el lobby y me dirijo al salón, necesito algo fuerte para beber o voy a vomitar ahora mismo.  Atajo al chico con la bandeja de copas de champagne que camina presuroso para recibir a los invitados y tomo dos. Las bebo deprisa en un rincón en dónde me oculto para que nadie me vea.

Después, cuando el champagne ha cumplido su cometido y me siento algo mareada, Jake, el sobrino de cinco años de Ben, quien cree juego a las escondidas, sale gritando a todo pulmón:

—¡1, 2, 3 por Arah que está escondida en el pasillo del baño!

—Shhhhhht —lo persigo para taparle la boca, pero cuando estoy a punto de hacerlo me encuentro con Mabel, la hermosa hermana de Benjamín quien por alguna extraña razón siente una singular adoración por mí aun cuando no he sido, ni por asomo, simpática con ella.

Finjo una sonrisa y levanto a Jake en brazos, le doy un beso y lo bajo para que siga corriendo, al fin y al cabo ya se ha olvidado de lo que gritaba. 

—Hola, cuñadita —dice Bel, como solemos llamarla, de manera soñadora—, fue una hermosa ceremonia.

Bel tiene una manera muy especial de ver las cosas, a todo le encuentra el lado positivo y es la persona a la que más aprecio de la familia Johnson; incluso, pienso que podríamos ser mejores amigas si no fuera porque pertenece a esa familia maldita.

Sí, hay una vieja leyenda en el pueblo que cuenta que cosa que la familia Johnson toca se convierte en oro, pero lo que se no se dice es que en cuanto tocan a un ser humano lo convierten en un gran pedazo de m****a. La más maloliente e inmunda m****a. ¡Dios! ¿En qué me he metido?

Vuelvo a atajar al chico de la bandeja, quien esta vez lleva en su preciosa charola de plata “tintos de verano” lo cual es irónico porque estamos en febrero y ¿a quién demonios se le apetece un “tinto de verano” en pleno invierno? 

Sí, otro maldito cliché, mi querido esposo quiso que nos casáramos precisamente el 14 de febrero para que la fecha nunca jamás me vuelva a pasar desapercibida.

Bel me mira con sorpresa mientras bebo casi de un solo sorbo mi bebida y luego me da una palmadita en la espalda.

—No vayas a embriagarte, querida.

Luego me guiña un ojo y se aleja. Se dirige a la mesa en donde la familia Johnson festeja a lo grande que su adorado retoño al fin haya sentado cabeza, qué más da que sea con una gran desconocida, lo que realmente les importa es que se acaben de una buena vez esos rumores que ya habían comenzado a circular en el pueblo acerca de la supuesta homosexualidad de Ben.

No puedo evitar reírme un poco, Benjamín no es gay, es solo que siempre fue tan discreto con sus conquistas que nadie se dio por enterado, por supuesto, sabía bien que su familia era muy conservadora e hizo lo necesario para ocultar sus múltiples amoríos de una sola noche.

Sigo sonriendo como la gran tonta que soy y me dirijo al tocador, voy a arreglar un poco el desastre que ha causado tanto alcohol corriendo por mis venas.         

Estoy en el tocador cuando mi “adorada” suegra se acerca por mí con sus grandes garras por delante y mientras golpetea el fino mármol con ellas me mira con autosuficiencia.

—Estaré observando, querida, puedes tenerlo por seguro.

Y se aleja no sin antes darme esa mirada de “estás frita”. Sí, supongo que es lógico que piense que me he casado con su hijo para obtener algo de estatus social y beneficios económicos, pero no podría estar más equivocada, sin embargo, me importa poco lo que crea, ya llegará el momento en que pueda desenmascarar a su precioso hijito y entonces nos veremos las caras.

Vuelvo al salón e intento mantener un bajo perfil lo cual no se me complica en lo absoluto, la mayoría de invitados revolotean alrededor de los Johnson intentando conseguir algún contrato millonario o cualquier cosa que les dé algún provecho mientras yo sigo sentada en un extremo del salón bebiendo a hurtadillas cualquier tipo de alcohol que me pongan por delante.            Está de más decir que para cuando tocan la canción para que bailen los novios me siento totalmente ebria.

—¡Los novios, que bailen los novios! —gritan algunos invitados.

Me pongo de pie y levanto mi copa.

—¡Que bailen los novios! —me uno a su causa.

Luego caigo en cuenta que yo soy la novia, pero para cuando eso sucede todo a mi alrededor se pone negro y no sé más de mí.

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