—¿Quieres que lo haga de manera discreta o espectacular? —me preguntó con una sonrisa.
—Espectacular —le respondí sin dudarlo.
—Me lo encargaré —asintió Enzo mientras me acompañaba al auto—. Cuídate, llámame si pasa algo.
Su voz clara y gentil tenía un toque mágico que me tranquilizaba. Arranqué el auto y salí del estacionamiento. Cuando me detuve a pagar la caseta, vi por el espejo retrovisor que él seguía ahí de pie, alto y gallardo, con la mirada fija en la dirección por donde me había ido. De no saber que tenía a esa mujer que le había gustado desde hace años, pensaría que estaba secretamente enamorado de mí.
Manejé con soltura hasta el Grupo Romero. En el camino, le marqué a Nadia.
—Te espero en el estacionamiento subterráneo en diez minutos —le dije.
—Es que… jefa, estoy muy ocupada ahora —me respondió un poco desconcertada.
Con frialdad, le advertí:
—¿Quieres que vaya yo a buscarte en persona?
—No… Mejor bajo yo..
Al principio, aún albergaba la esperanza de que no fuera ella.