Donovan Ainsworth se giró lentamente y la abrazó con firmeza, rozando suavemente su cabello empapado y sus mejillas. Rosalind se estremeció, dejando que su frente se apoyara un instante en su pecho, respirando con dificultad mientras sus pensamientos se arremolinaban:

"Ah… Señor Ainsworth… eres alguien tan dulce… alguien que siempre oculta sus heridas… ¿qué sientes realmente? ¿Qué busca? ¿Qué te haría feliz? Ah… si yo pudiera hacerte feliz, cuidar de ti, como cuidas de mí…"

Pensó la mujer con intensidad. Sus manos se movieron inquietas: una se deslizó por el brazo de su esposo, rozando la tela de la gabardina negra, y la otra descansó sobre su pecho, sintiendo los latidos firmes y constantes de Donovan.

El silencio del baño reinó, interrumpido solo por el murmullo del agua que corría suavemente en la tina y sus respiraciones entrelazadas.

Rosalind inclinó la cabeza, apoyando un instante la mejilla contra su pecho, y cerró los ojos, dejando que el calor la envolviera.

Todo lo