La lluvia caía intensa sobre Londres esa noche, golpeando los techos y las calles con un sonido constante.

Tip~ Tip~ Tip~

Las gotas de lluvia se estrellaban contra el parabrisas del vehículo oscuro. El coche se detuvo frente a la casona elegante, sus luces apenas iluminando la entrada principal.

Liam bajó primero, abriendo un paraguas negro y cubriéndose de la lluvia mientras se dirigía hacia la puerta del sector trasero.

Pero justo en ese instante…

¡CLANK! ¡LA PUERTA SE ABRIÓ DE GOLPE!

—¡Señora Ainsworth, deténgase! ¡Es peligro! —gritó el hombre, con urgencia.

Pero Rosalind ya había abierto la puerta del vehículo y bajado, su gabardina beige empapada, ante la lluvia intensa que comenzó a caerle encima. Su cabello rubio, recogido en un moño desordenado, tenía mechones pegados a la frente por la humedad. Sus ojos azules estaban hinchados y rojos de tanto llorar, y su respiración era corta, entrecortada.

—No debo… perder tiempo —murmuró entre dientes en la distancia, apreta