La mansión estaba en silencio.
Rosalind caminaba junto a Donovan por el pasillo alfombrado del segundo piso, aún sintiendo el temblor que había dejado la crisis cardíaca de Sebastian.
La casa, tan imponente durante el día, parecía más grande, más vacía…
Donovan abrió la puerta de su habitación —la que solía ocupar cuando visitaba la mansión de sus padres— y la dejó pasar primero.
Rosalind entró, sosteniendo el borde del vestido negro mientras él cerraba la puerta detrás de ambos.
La habitación era amplia, sobria, de tonos oscuros. El fuego de la chimenea proporcionaba una luz cálida que suavizaba la atmósfera densa que los rodeaba.
Donovan se quitó la chaqueta y la dejó caer sobre un sillón. Rosalind se acercó a él con pasos suaves.
—¿Cómo te sientes? —preguntó ella con voz baja, aunque sabía que la pregunta era enorme.
Él frotó su rostro con ambas manos, dejando escapar un suspiro profundo.
—No lo sé —admitió, y al bajar las manos, su mirada volvió a ser la del hom