Más tarde, caminaron hacia la Torre Eiffel.

La estructura se alzaba imponente, iluminada de dorado.

Anthony abrió los brazos como si quisiera abarcarla entera.

—¡Es enorme! —exclamó.

Habían gestionado un recorrido privado para evitar multitudes. Un guía los recibió y los condujo a una zona exclusiva del segundo nivel, cerrada al público general.

Desde allí, París se extendía con cientos de luces, como si la ciudad brillara solo para ellos.

Anthony caminó de un lado a otro, pegando su cara a los cristales transparentes.

—¡Miren eso! ¡Y eso! ¡Y allá! —no dejaba de señalar.

—Con calma, pequeño explorador —dijo Rosalind, riendo.

Sacaron fotografías. Donovan tomó varias del niño, tratando de atrapar ese momento de alegría genuina que tanto había extrañado.

En una ocasión, Anthony pidió una foto con los dos. Se acercaron los tres y él levantó el pulgar en señal victoriosa cuando el destello de la cámara iluminó sus sonrisas.

Rosalind respiró hondo. La vista era impresionante, pe