Los ojos de Angeline, que parecían charcos de agua estancada, rodaron de repente en sus órbitas. Ella volvió la cabeza y lo miró con indiferencia. Cuando abrió los labios, su voz delicada y débil sonó: “En mi mundo, simplemente no podemos coexistir. Soy ella o yo. Tienes que hacer una elección”.
Su voz podía ser suave y débil, pero sus ojos eran firmes y decididos.
Los ojos de águila de Jay se contrajeron abruptamente mientras finas gotas de sudor frío se filtraban por su espalda. ¿Angeline estaba tratando de hacerle elegir entre renunciar a su madre o ella?
“Angeline, no renunciaré a mi madre, ni renunciaré a ti. Créame, habrá una solución a este problema”.
De repente, el rostro de Angeline se iluminó con una sonrisa, una sonrisa fría pero coqueta.
Ella apartó la mano de Jay con fuerza y dijo con frialdad: “No, ya tengo la respuesta”.
Jay sintió como si un cuenco de agua fría acabara de caer sobre él de la cabeza a los pies. “¿Qué estás tratando de hacer?”, preguntó ansiosamen