La mañana siguiente amaneció más gris de lo habitual. Valeria se había quedado en vela gran parte de la noche, dándole vueltas a todo lo que había pasado con Gabriel y con Alexandre. El temor de que la ambición y el odio de su antiguo jefe destruyeran la vida de Gabriel la devoraba en silencio.
Mientras revolvía una taza de café frío, su celular vibró sobre la mesa. Era un mensaje de Mónica:
“Podemos vernos en la tarde. Tengo que hablar contigo, es importante.”
Valeria se quedó mirando la pantalla con el ceño fruncido. ¿Por qué tan urgente? La conocía demasiado bien: cuando Mónica se ponía nerviosa, significaba que algo más grande estaba en juego.
Suspiró, se vistió con sencillez y salió a la calle. El aire fresco de la mañana apenas alcanzaba a despejar sus pensamientos.
En la oficina, Mónica no dejaba de morderse las uñas. Alexandre había sido claro la noche anterior cuando la llamó a su despacho.
—Mónica —le dijo, caminando alrededor de ella como un depredador—, tú siempre has sido