La lluvia seguía cayendo con una intensidad que parecía querer borrar todo rastro de lo ocurrido. El cuerpo de Alexandre yacía inmóvil entre el barro, con la mirada perdida hacia el cielo gris. Valeria seguía arrodillada, respirando entre sollozos y temblores. Sus manos aún sostenían el arma, aunque ya no tenía fuerza para hacerlo.
Gabriel, pálido y herido, se arrastró hacia ella y le quitó el arma con cuidado.
—Ya, Valeria… —susurró—. Ya está. Mírame. Respira.
Ella lo miró como si despertara de una pesadilla, pero la realidad era peor.
—¿Qué hice…? —susurró, con la voz rota—. Lo maté, Gabriel… lo maté…
Él la abrazó, ignorando el dolor en su costado.
—Te defendiste. No tenías otra opción. Si no lo hacías, él te habría quitado todo.
Valeria apretó el rostro contra su pecho, mientras el niño, aún dormido, se removía en brazos de Gabriel. El silencio del bosque era sobrecogedor, apenas roto por el golpeteo constante de la lluvia.
—Tenemos que irnos —dijo él finalmente, mirando el cuerpo