Esa noche el viento soplaba con una fuerza inquietante, haciendo crujir las ventanas del pequeño hostal. Valeria apenas podía dormir. Cada ruido la hacía abrir los ojos, cada sombra la obligaba a abrazar con más fuerza a su hijo. Gabriel estaba sentado junto a la puerta, con una vieja pistola que había conseguido en un pueblo cercano.
—No deberías quedarte despierto toda la noche —susurró ella.
—No puedo dormir sabiendo que podría aparecer en cualquier momento —respondió sin mirarla, atento a cada sonido del exterior.
Valeria se levantó despacio, se acercó a él y se sentó a su lado. El silencio entre ambos era denso, pero no incómodo. Se miraron apenas, y en esa mirada había un cansancio compartido, una historia de dolor que los había unido sin querer.
—¿Alguna vez pensaste en rendirte? —preguntó ella, en voz baja.
Gabriel tardó en responder. —Sí… muchas veces. Pero entonces te miro, y me acuerdo de por qué sigo aquí.
Valeria lo observó, sorprendida por la sinceridad de su voz. Sus oj