Los focos eran tan brillantes que casi cegaban.

Jazmín estaba de pie en un rincón del salón de presentación, con los dedos apretados y las palmas sudorosas.

Fijó la mirada en esa figura familiar en el escenario: Luciano Winter, su esposo, el hombre en quien había confiado por completo y por quien lo había dado todo.

Él estaba allí, impecable en su traje, hablando con seguridad mientras presentaba ante los medios e invitados el fruto de su trabajo conjunto: un brazo robótico capaz de imitar con precisión los movimientos de un cirujano.

—¡Esta tecnología cambiará por completo el campo médico! —La voz de Luciano resonó en el auditorio, acompañada por el estallido de flashes y aplausos.

Jazmín no pudo evitar esbozar una sonrisa, un destello de orgullo aliviando el cansancio acumulado durante meses. Había invertido sus ahorros, su talento y noches enteras en este proyecto. Por fin, había llegado el momento de cosechar.

Instintivamente, dio un paso adelante, mirando expectante a su esposo. Según lo acordado, él debía invitarla al escenario para compartir la gloria.

Los periodistas, al parecer, ya estaban al tanto. Los micrófonos se giraron hacia ella.

—Señor Winter, hemos escuchado que detrás de este avance revolucionario hay una figura clave: su esposa, la señora Jazmín. ¿Es cierto?

La sonrisa de Luciano era perfecta, impoluta. Sus ojos recorrieron el público y se detuvieron en Jazmín por un instante.

El corazón de ella se saltó un latido.

—Sí, esta gran idea vino de alguien muy especial para mí. Sin ella, este éxito no habría sido posible —Luciano extendió la mano hacia la derecha.

De repente, los focos iluminaron el lado izquierdo del escenario. Pero la figura que apareció bajo la luz no era Jazmín.

Las pupilas de Jazmín se contrajeron.

Era su hermana: Ruby Stein.

Una mujer rubia con un vestido rojo ceñido que reía mientras colocaba su mano en la de Luciano, apoyándose en él como si fuera la dueña del lugar.

El auditorio estalló en emoción.

—¡Guau!—

—¡Es Ruby Stein!—

—¡La secretaria personal del señor Winter!—

Los flashes no paraban. Los reporteros, emocionados, levantaban las manos para preguntar:

—Señor Winter, ¿es ella la persona especial que mencionó? ¿Cuál fue su contribución al proyecto?

—¿Es su nueva musa inspiradora?

Luciano sonrió, pasando un brazo alrededor de los hombros de Ruby, con una dulzura que resultaba nauseabunda:

—Así es. La inspiración inicial vino de ella. Mi estrella de la suerte, mi secretaria más eficiente, la señorita Ruby Stein. Siempre ha estado a mi lado, apoyándome, dándome confianza y... la dirección más importante.

Su voz era tan dulce que cortaba como un cuchillo.

​​¡Boom!​​

Jazmín sintió un frío glacial que le recorrió el cuerpo desde la cabeza hasta los pies. Las risas, los aplausos, el sonido de las cámaras... todo se distorsionó en un zumbido ensordecedor.

Vio cómo Ruby giraba el rostro y dejaba un beso en la mejilla de Luciano, pero su mirada, por encima de su hombro, se clavaba directamente en ella, con una sonrisa burlona, victoriosa, imposible de ignorar.

<< Espero que hayas disfrutado de la felicidad momentánea, porque ya regrese para recordarte que tú no tienes permitido ser feliz >>

El mensaje anónimo resonó en su mente como un veneno.

Era Ruby. Siempre había sido Ruby.

En el auditorio, Jazmín estaba paralizada, como si le hubieran arrancado toda la fuerza del cuerpo. Observó a Ruby reír bajo los focos, a Luciano mirándola con ternura, a todos los presentes admirando la escena como si fuera una historia de amor perfecta.

Pero ella sabía la verdad.

No era amor.

Era una traición cuidadosamente planeada.

Sintió cómo algo le obstruía la garganta. La respiración se le hizo cada vez más difícil. Todo comenzó a girar, a oscurecerse.

Sus rodillas cedieron. Antes de que la oscuridad la consumiera por completo, por un instante, volvió a aquel día, tres meses atrás...

Cuando los aplausos y las risas aún eran reales.