Observó la pila de libros sobre el escritorio y su mirada cayó en el borrador que hace unos minutos atrás estuvo leyendo. Hasta el momento, le costaba asimilar el hecho de estar trabajando con y para su escritor favorito. No le importaba si no lo conocía, no importaba que su comunicación fuese a través de correos electrónicos o por medio de su compañera. Si tuviese que ser franco consigo mismo, admitía sentir cierto atisbo de envidia y celos hacia Odette. Odette sí conocía a William Norba. A veces pensaba que era injusto porque, siendo también su editor, tendría que conocerlo, reunirse y discutir sobre las próximas obras que se publicarían, pero firmó un contrato y no había posibilidad alguna de revocar ese hecho.
Sacudió la cabeza, despejando todo tipo de pensamientos innecesarios que no fuesen relacionados con el trabajo que tenía por delante.