La sangre se congela, mi respiración es pesada y mis pies se mueven retrocediendo lentamente mientras mi vista se nubla por todo el dolor que siento al ser difamada de esta manera.
— No puede ser… — susurro completamente herida.— ¡¿En dónde está esa maldita mujer?! — grita el señor Geles y yo doy un pequeño salto ante el susto que me hace experimentar su grito.— Entre, señorita. Si no lo hace, será peor. — dice la asistente.— No puedo hacerlo. — digo sintiéndome completamente desprotegida.Así que, como una tonta, corro lejos de esa oficina donde comienzan a escucharse ruidos fuertes de cosas lanzándose y maldiciones que no puedo tolerar escuchar. Por eso, corro hacia el ascensor, donde de inmediato, presiono el botón para ir al primer piso y así marcharme de una empresa que en estos momentos me asfixia.