Mundo ficciónIniciar sesiónPOV de Ethan
— Ethan.
Su voz resonó en mi cabeza, clara, como si la hubiera escuchado ayer.
En mis recuerdos, estábamos sentados en el balcón de esta misma casa. Ella regaba las plantas mientras tarareaba una melodía suave, y yo, en lugar de mirar las flores, no podía apartar los ojos de ella.
—¿Sabes? —dijo, volviéndose hacia mí con una sonrisa pequeña—. Cuando nos casemos, quiero que nuestra casa esté llena de luz, así no habrá lugar donde las sombras puedan esconderse.
En ese momento me reí.
—¿Tienes miedo a la oscuridad?Fingió fruncir el ceño.
—No es miedo. Solo… no me gusta perder algo que no puedo ver.Aún puedo recordar cómo su cabello se movía con el viento de la tarde, cómo sus ojos reflejaban el cielo que empezaba a teñirse de naranja.
—Marina —le dije entonces—, nada puede escaparse de mi vista mientras te esté mirando.
Ella rió suavemente y me miró con una mezcla de ternura y promesa.
—No digas eso, Ethan. El mundo es demasiado impredecible.—Te amo —le respondí.
—¡Yo también te amo! Pero ya, me voy, bye. ¡Nos vemos en la cena!
La observé durante largo rato, intentando grabar cada detalle de su rostro.
Si hubiera sabido que esa sería nuestra última conversación, no la habría dejado ir aquella tarde.La llamada que llegó unas horas después lo cambió todo.
Un accidente en la autopista. El coche se volcó. Y Marina… nunca volvió.El sonido prolongado de una bocina me arrancó de golpe del pasado. La luz del semáforo ya estaba en verde y el coche de atrás volvió a tocar el claxon con impaciencia.
Apreté el volante con fuerza, intentando borrar los recuerdos que aún me pesaban. Respiré con dificultad; el pecho me ardía. Habían pasado años, pero el rostro de Isabela, la mujer a la que ayudé anoche, se parecía demasiado al de ella.
No solo en el rostro… había algo en su mirada. La misma soledad. La misma herida que nadie contaba.
Respiré hondo, pisé el acelerador y conduje hacia el hospital.
Al llegar, mis pasos se aceleraron por instinto al recorrer el pasillo. Cuando abrí la puerta de la habitación, Isabela estaba sentada al borde de la cama, mirando por la ventana. Su expresión era tranquila, pero había un cansancio profundo que no se podía disimular.
—¿Cómo se siente hoy? —pregunté, esbozando una sonrisa.
Ella giró el rostro y asintió despacio.
—Un poco mejor, doctor.Dejé la carpeta de resultados sobre la mesa junto a la cama.
—Buenas noticias. El bebé está estable, pero debe evitar el estrés. Hoy puede ser dada de alta.Su mirada se nubló un poco.
—Gracias… Doctor, ¿se nota si mi bebé tiene alguna malformación?Guardé silencio unos segundos.
—¿Malformación? En la evaluación que hice, no hay ningún signo de eso. Todo está en orden.Isabela exhaló aliviada, y una leve sonrisa se dibujó en sus labios.
—Qué alivio…—Recuerde esto, Isabela: la mente es lo más poderoso que tenemos. No deje que los pensamientos tristes dominen su vida, ¿de acuerdo? Su bebé apenas tiene tres meses; ambos deben mantenerse fuertes.
—Gracias, doctor. Por cierto… quería preguntarle… ¿sigue en pie lo de llevarme a la casa de su familia?
—Por supuesto. Vámonos.
La acompañé hacia afuera. Se veía muy débil. Pobre mujer, pensé, recordando la respuesta fría de la familia que habíamos llamado la noche anterior.
Cuando llegamos al estacionamiento, iba a abrirle la puerta del coche, pero me detuve de golpe.
Alguien estaba de pie junto a mi auto, apoyada con naturalidad en la puerta, con un abrigo color crema y gafas oscuras. Cuando giró el rostro, reconocí esa sonrisa al instante.
—¡Cariño!
Esa voz… imposible de confundir. Antes de que pudiera reaccionar, Clara, mi novia, ya me abrazaba con entusiasmo.
—Clara… —respiré hondo, intentando mantener la compostura—. ¿Ya regresaste?
Bajó las gafas, dejando ver sus ojos grises, afilados y hermosos.
—Mi vuelo se adelantó. París ya no es tan divertido como antes. Además, terminé las grabaciones antes de lo previsto.Eché un vistazo hacia atrás. Isabela estaba de pie, con el bolso apretado contra el pecho, la cabeza baja, incómoda.
—Ella es mi paciente —expliqué enseguida—. Se llama Isabela. Necesita un lugar donde quedarse, y pensaba llevarla a la casa de mi familia, al norte.
Clara la observó de pies a cabeza. Su mirada no era de desprecio, pero sí de evaluación. Dio un paso adelante, su sonrisa elegante intacta.
—Encantada, Isabela. Soy Clara, la novia de Ethan.Isabela sonrió con rigidez.
—El gusto es mío, señorita.—Clara —intervine, intentando suavizar la tensión—, hablemos luego, ¿sí? Debo llevar a Isabela ahora.
Pero Clara no se movió. Abrió la puerta delantera y se sentó en el asiento del copiloto.
—¿Yo? Querrás decir nosotros, ¿no? Claro que voy contigo.Por alguna razón, eso me alivió un poco. Clara nunca había sido exactamente mi tipo: ambiciosa, impredecible, siempre un paso por delante de los demás.
El coche avanzó despacio por las calles húmedas, mientras la lluvia fina golpeaba el parabrisas. Solo el sonido del motor y del limpiaparabrisas rompía el silencio.
Isabela, en el asiento trasero, miraba por la ventana, absorta.Clara se observó en el espejo retrovisor antes de hablar, su tono era suave, pero con filo.
—Entonces, Isabela, ¿vas a quedarte en la casa de la familia de Ethan por un tiempo? Me sorprende, porque él nunca hace algo así por sus pacientes. Pero, bueno… confío en mi novio de gran corazón.Isabela bajó la mirada.
—Solo hasta que encuentre otro lugar, señorita.—¿Y en qué trabajabas antes? —preguntó Clara.
Isabela guardó silencio unos segundos.
—Aún no había comenzado a trabajar… pero fui asistente de arquitecto.Clara arqueó una ceja, curiosa.
—Vaya, interesante. Pensé que eras modelo, porque eres muy bonita. Pero dime, ¿qué piensas hacer después de esto?La observé a través del espejo. Isabela abrió la boca, pero no dijo nada. Su mirada estaba perdida, como la de alguien que acababa de perder todo su mapa de vida.
—No es momento para hablar de eso, Clara —dije con calma—. Isabela necesita recuperarse. Ha pasado por mucho y… está sola.
—¿Sola, dices? ¿Porque no tiene marido? —
Le lancé una mirada para que se detuviera.
Clara asintió despacio, comprendiendo mi gesto.
—Perdón, no quise ser entrometida —dijo con una sonrisa leve, casi enigmática—. Solo tenía curiosidad. Espero que no te haya molestado, Isabela.






