Jaime no dijo nada. Realmente lo había pensado esoasí antes de presentarse. Sentía que había tratado a María lo suficientemente bien. Podía darle lo que quisiera mientras no se marchara.
Pero nunca estaba satisfecha y siempre pensaba en marcharse.
Por supuesto, eso no le gustó.
Sin embargo, ahora que veía que María se alteraba y perdía el control de sus emociones por su culpa, Jaime se daba cuenta de que podía haberla afectado negativamente.
Jaime preguntó tímidamente:
—¿Y si...? Quiero decir, si estoy dispuesto a casarme contigo, ¿podrías...?
—¡No! —María le interrumpió antes de que pudiera terminar de hablar.
La expresión de Jaime se volvió tan oscura como un nubarrón y desprendió un aura aterradora.
—Lo que te preocupaba antes era que no me casara contigo y te diera un estatus legítimo, ¿verdad? Ahora que estoy dispuesto, ¿por qué me lo niegas?
—¿Quién te crees que eres? ¿Crees que todo el mundo te esperará donde está y te suplicará que vuelvas con tal de que hagas un pequeño cambi