Parte 8. Testigo

TESTIGO

En la soledad de la aciaga oscuridad, se oprimió un gatillo. La bala cantó su muerte. Entonces vino el silencio. El leve manantial rojo se escurrió despacio entre la sien y la mejilla derecha. El cuerpo finalmente se relajó y la cabeza se inclinó hacia su izquierda. Del orificio en el parietal izquierdo se asomó, tras el breve riachuelo púrpura, algo de color marfil que solamente permitió la caída de una gota y su chasquido sobre el hombro. Sobrevino el frio y una tenue tiniebla que de forma rápida se disipó. Sólo a lo lejos: pasos, voces, ajenos pensamientos, ladridos de perros y el ronronear de un gato de mirada esquiva. Mientras, el cadáver yacía reclinado en el sofá. Ahora yo, con mi carga de culpa, miraba todo sorprendido de lo que había sido capaz. Me restaba esperar a ser descubierta. Entonces daría mi versi&oacut

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