No había palabras, en ningún idioma, que pudieran usarse para describir exactamente lo que una mujer sentía en el momento de dar a luz. Y si a eso le sumaba el horror que era tener a un bebé en una cárcel, entonces todo era mucho peor.
Desde el instante en que rompió fuente, hasta que las contracciones fueron lo suficientemente seguidas como para empezar a pujar, pasaron más de doce horas. Medio día en el que por suerte Beri estuvo a su lado y la doctora no la abandonó en ningún momento.
Pero el dolor físico era una cosa, y el dolor emocional de tener que recibir a su hija en medio de aquel caos, de aquel abandono y de aquella indefensión tan profunda, quizás fue lo que más afectó a Nina. Y aunque ver nacer a su hija y que se la pusieran en los brazos era el más hermoso de los milagros, tanto la doctora Heines como Beri sabían que lo que rodaba por las