A la mañana siguiente, ningún despertador sonó. Era domingo y todo el mundo tenía aquel día de descanso.
En el apartamento del famoso empresario Carter Rogers no se escuchaba nada, excepto las profundas y acompasadas respiraciones dormidas de tres personas.
Los rayos del sol entraban en la habitación, inundándola de una luz cálida.
Un pequeño bebé se removía inquieto, desperezándose y estirando su pequeño cuerpecito, entre otras dos personas que seguían durmiendo ajenas a la actividad que había a su lado.
El pequeño se llevó sus manitas regordetas a sus ojos avellana, refregándolas contras ellos en un intento de despejarse. Cuando consiguió abrirlos, bostezó y se quedó tumbado hasta que se despejó del todo.
Entonces, estiró los pequeños brazos hacia adelante impulsándose para quedar sentado en el colchón. Se puso a gatas encima de la cama y le permitió ver las piernas de sus acompañantes.
Las miró con cara curiosa hasta que escuchó un suspiro detrás de él. Se dio la vuelta gateando