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Madison estaba completamente cabreada, no podía controlarse.

—¡Pero es que no entiendo por qué tiene ella que estar aquí todos los días! —reclamó exasperada.

—¡Igual que yo no entiendo por qué tienes que salir todos los días con él! —contestó del mismo modo Carter.

Ambos se encontraban discutiendo en el cuarto del castaño. No podían hacerlo en el salón porque Susan se encontraba allí, y claramente, estaban discutiendo sobre ella. Aunque a Madison le hubiera importado tres cominos hacerlo delante de la “zorra de lentes”.

Aquella mañana, Madison se había levantado con el pie izquierdo y su humor no mejoró cuando vio a la pelirroja a la que, por desgracia, había estado viendo todos los días. La gota que colmó el vaso fue Carter.

Entró en el salón, pulcramente vestido con su traje para trabajar, y haciendo caso omiso del pésimo humor de Madison.

Saludó cordialmente a Susan, quien se le echó al cuello inmediatamente, mandándole una sonrisa triunfal a Madison. Carter lo permitió, sin ni
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