—Por favor levántate. No soy...— empiezo, pero Beatrice coloca su mano sobre la mía, silenciándome a mitad de la frase. Me giro para mirarla, con el ceño fruncido por la confusión mientras ella niega con la cabeza con urgencia.
—Lo necesitan— dice con voz áspera, con la desesperación grabada en los huecos de sus mejillas.
—¿Necesitan qué?—
—Esperanza—.
La comprensión amanece cuando miro a mi alrededor, al mar de rostros atormentados que se vuelven hacia mí con anhelo. —Ellos piensan que soy Jane ahora mismo, ¿no? Por eso me llamaron su Reina—. Tengo un extraño parecid