AMELIA
Mis dedos tiemblan incontrolablemente en mi regazo mientras Nicolás y yo nos sentamos en el auto, la anticipación y el miedo girando dentro de mí como una tormenta. Después de tantos días separados, apenas puedo contener las ganas de volver a ver a mis padres.
Nicolás me da un apretón tranquilizador en mi mano temblorosa. —Todo va a estar bien, lo prometo—. Sus palabras calman mis nervios tensos como un ungüento, y aprieto mi agarre, sacando fuerzas de su presencia.
—Eso espero—, susurro, mi voz llena de emoción.
—Estamos aquí—, anuncia el conductor, haciendo que se me quede sin aliento.