Al llegar a casa, Callum seguía sin dar respuesta alguna. Me alegré de que Talía me hiciera caso sobre sorprender a Sebastián, aunque no dejaba de sentir esa presión en mi pecho. Aquella sensación que me decía que todo estaba mal y que no había manera de remediarlo.
El cielo de Londres se había teñido de un gris azulado que prometía tormenta. Estaba de pie en la terraza de mi casa, con el abrigo cerrado hasta el cuello y las manos dentro de los bolsillos mientras mi hijo se encontraba a mi detrás de mi jugando con aquel juguete que le obsequió mi madre cuando de repente observe cómo las nubes se acumulaban como si el cielo también estuviera conteniendo algo que no podía más.
La lluvia comenzó a caer despacio. Primero unas gotas finas, suaves, como caricias. Luego, más densas, más pesadas, hasta convertirse en una cortina de agua. No me moví. Podía escuchar el eco de mi bisabuela en mi mente diciéndome que hiciera lo que debía hacer, aunque me duela. El liderazgo no se construye con te