CAPÍTULO 2: LAS CLAUSULAS DE MIS DESGRACIAS

LAURA JENNER

Me desperté a las cinco de la mañana. Por culpa de ese bastardo. Urrgh... Me preparé rápidamente y salí. Me senté en mi asiento y conduje hasta la oficina. Golpeé el volante enfadada.

No puedo creer que tenga el descaro de buscarme después de lo que me hizo con su amigo. Pase uno de los momentos más vergonzosos. Esa apuesta lo cambió todo y jamás se lo perdonaré.

¡Seguía huyendo de él y ahora me ha encontrado! ¡¿Qué más quiere de mí?! Se lo di todo. ¡¿Aún no está satisfecho?! ¿Qué más puede romper en mí? Ya me rompió el corazón. Ahora me está haciendo trabajar para él y estar con él todos los días, cada minuto. Urrgh...

Habría hecho algún trabajo barato o cualquier otro, pero necesito más dinero y para eso tengo que hacer este trabajo. Mi padre está en el hospital. Su enfermedad pulmonar es cada día más peligrosa. Necesito dinero para su operación. Para eso tengo que trabajar aquí. Mi padre es mi única familia. Mi madre murió cuando yo tenía trece años de la misma enfermedad que está atacando a mi padre.

Tomé aire y llamé a la puerta con confianza. Todo va a salir bien.

—Pasa—, dijo su voz sexy y debo decir que de forma seductora. ¡Sabe que soy yo la que llama y lo hace intencionadamente! Ignora. Ignora. Tranquila Laura. Tranquila. Empujé la puerta y entré.

Levanté la vista y lo encontré allí, detrás de su mesa, en su gran sillón de cuero. ¡Vean su arrogancia! Está sentado en la silla con las piernas sobre la mesa de cristal que tiene delante. Tiene una mirada muy arrogante. Todo en él se volvió más. Incluso su arrogancia. Intenté mantener la profesionalidad.

—Buenos días, pequeña—, me saludó sonriéndome. Wow, su sonrisa, dijo mi yo interior. Y dices que no debería sentirme afectada por él, me burlé de mí misma. Me aclaré la garganta y le miré con confianza, manteniendo mi rostro serio.

—Buenos días, señor—, le saludé. Bajó las piernas y se acercó a mí.

—¿Por qué no me das un beso al saludar? Muy mal Baby—, dijo mientras se acercaba a mí y estaba a punto de tomarme en sus brazos. Puse mis manos en su pecho e intenté apartarlo.

—Umm... señor. Esto es muy poco profesional—, dije apartando la mirada de él. Está tan cerca de mí.

—Señor, ¿eh? ¿Y qué es eso tan poco profesional, ¿verdad? Bien. Lo primero—, empezó acercándose más a mí si cabe, —no me llames así. Nunca lo hiciste antes y nunca lo harás ahora. Llámame Nate, como tú me llamas sexy cuando te enfadas conmigo—, me dijo y yo intenté parar el rubor. Me rodeó con la mano y me acercó de repente.

Yo jadeé. ¿Qué estaba haciendo?

—Segunda cosa. Yo soy el jefe aquí. Lo que yo haga es lo correcto. ¿Y qué si soy poco profesional? ¿Qué vas a hacer al respecto, pequeña? —, me susurró al oído. No puedo concentrarme. Su tacto y sus palabras son tan perturbadores que me impiden concentrarme.

—Señor—, le dije, pero no se movió.

Me besó la parte de atrás de la oreja mientras giraba la cabeza hacia un lado. Moví la cabeza hacia él para decirle que parara y atrapó mis labios con los suyos. Sus labios son mágicos. Sus labios se movieron contra los míos y me quedé paralizada. Quería devolverle el beso. Pero me detuve y le aparté antes de hacerlo. Me limpié los labios ferozmente mientras le miraba.

—¡Nate! —, grité, enfadada. Él sonrió. ¡Qué cara tenía para sonreír!

—Ya está, el pequeño gato salvaje ya ha salido—, sonrió y fue a sentarse en su silla con normalidad.

Quiero gritarle por haberme besado. No tiene derecho a besarme. Estaba a punto de hablar, pero me cortó.

—Así que, señorita Jenner—, lo dijo seductoramente y yo lo fulminé con la mirada. Él solo me devolvió la sonrisa. —Por favor, siéntese. Necesito hablar con usted. Profesionalmente—, añadió al final levantando una ceja. Me senté en la silla frente a él, al otro lado de la mesa.

—¿De qué se trata, señor? —. Me sonrió con satisfacción.

—¿Debo besarte todo el tiempo para que me llames Nate? —, preguntó mientras se volvía a sentar en su silla. Volví a fulminarle con la mirada.

—¿De qué necesitas hablarme? —, le pregunté intentando cambiar de tema.

—Necesito que firmes un contrato con la empresa—, dijo mientras me acercaba una carpeta. Lo cogí y lo abrí.

—¿Qué contrato? —, le pregunté sin dejar de mirarle.

—Que trabajarás aquí durante unos años—, dijo simplemente. ¡¿unos años?! De ninguna manera. Quiero irme de aquí cuanto antes. ¡Unos años no está en la lista!

—¿Cuántos años para ser exactos?

—Exactamente dos años. Ese tiempo es más que suficiente para mí—, susurró la última frase para sí mismo.

—¿Qué?

—Nada—, se desentendió.

Intenté ignorarle y decidí leer las condiciones.

—Fírmalo y ya está. No hay nada importante y tú necesitas internar a tu padre en un excelente hospital. Te prometo que en cuanto lo firmes, podrá tener los mejores cuidos en un hospital de alto prestigio—, dice, pero noto que algo va mal. Está tenso. ¿Por qué está tenso? Ahora tengo que leer esto.

—No. No firmo nada sin leerlo antes. Mi padre podrá estar muy mal, pero tampoco soy tan tonta para firmar algo a ciegas—, le dije y me dispuse a leerlo.

—¿Tienes miedo, niña? De que no puedas hacer las tareas que están escritas en el contrato—, se burló. Apreté la mandíbula.

—No tengo miedo. Puedo hacer todo lo que pone en el contrato—, dije apretando los dientes mientras sujetaba la carpeta con fuerza y le miraba enfadada.

—Entonces fírmalo, pequeña. Si no lo haces ahora mismo, prometo desistir en ayudar a tu padre y me encargaré de hablar con todos mis contactos para que no te den trabajo ni siquiera de barredora. No creas que soy el mismo chico que conociste hace algún tiempo atrás—, añadió mirándome a los ojos. Con arrogancia, cogí el bolígrafo que tenía delante, pasé la última página y firmé sin dejar de mirarle a los ojos. Levantó la ceja mientras lo hacía. Cerré el expediente y se lo di. Lo cogió sonriendo, lo guardó en el cajón de su mesa y lo cerró con llave.

—¿Contento? —, me burlé. Me miró.

—Muy contento—, dijo sonriendo. Intenté no poner los ojos en blanco, pero mi yo interior se enamoró de su sonrisa.

—¿Ahora puedes decirme cuál es mi trabajo aquí? ¿Debo hacer los archivos? ¿Comprobar si hay errores y copiarlos?

—No te estresaría obligándote a hacer todas esas cosas. Tengo a mi asistente personal para ello.

—Yo también soy tu asistente, ¿no? —, le pregunté.

—No. Tú. Eres. Mi. Asistente MUY personal—, me explicó.

—Entonces, ¿qué debo hacer? ¿Hacerte el café?

—No te obligaría a hacerlo. Pero vale, puedes hacerlo a veces—, me dijo. Esto es frustrante.

—Vale. ¿No tengo trabajo aquí? Quiero decir, estoy trabajando aquí. ¿Cuál es mi trabajo?

—Ven aquí y bésame—, exigió.

—¡¿Qué?!

—¿Qué, qué? Tu trabajo es hacer lo que yo diga. Ahora hazlo—, dijo sonriendo como si hubiera ganado.

—¡No! ¿Qué tipo de trabajo es?

—Es el trabajo de alguien como tú—, dijo.

—¡Oh, basta! —, dije mientras me levantaba y me dirigía a él.

—Tú firmaste el contrato. Deberías hacer lo que te digo—, me exigió.

—¿Qué? ¡Seguro que no firmé que debía besarte!

—Oh, sí que lo hiciste. Aquí tienes otra copia. Puedes leerla—, me dijo mientras me daba otra copia del contrato, pero una fotocopia. Lo abrí intentando averiguar lo que decía.

—Cláusula 1—, me dijo y pasé las páginas para leerla. Hay muchas cláusulas. Le eché un vistazo. Cláusula 1: Debes besarle siempre que te lo pida. Pasé el dedo por ella mientras la leía. Me quedé con la boca abierta al leerla. Estoy segura de que hay muchas más cláusulas como esta. Dios, ¡ojalá supiera algunos remedios para jurar ahora mismo! Cerré el expediente y le miré con rabia.

—Tú... tú...—, lo intenté, pero ni una sola maldición acudió a mi boca en ese momento. Él sonrió satisfecho.

—No lo intentes, pequeña. Los dos sabemos que no sabes maldecir—, dijo mirándome.

—Urrgh...

—Oh, y lee la cláusula 13—, dijo. Pasé rápidamente las páginas deseando que no fuera tan mala como la anterior. Sabes que la última no es mala, dijo mi conciencia. No le presté atención. Lo encontré. Cláusula 13: Múdate con él. Estoy seguro de que mi mandíbula está ahora en el suelo.

¿Qué es esto?

—Bueno, parece que ahora no puedes besarme en el choque. No pasa nada—, me dice y me besa la mejilla mientras se levanta y vuelve a sentarse.

Yo sigo en shock con la misma expresión de la boca abierta.

—Oh. ¿Por qué no lees todas las cláusulas que están ahí sentadas en el sofá? Si hay alguna duda pregúntame—, he dicho sonriendo. Pero puedo ver la sonrisa burlona y la burla en ella.

—¿Y si no lo hago? —, pregunté tras salir de mi asombro.

—Lee te digo.

—Nate, no voy a leer más cláusulas.—. No pareció afectarle mi enfado.

—Oh, te despedirán y no conseguirás trabajo en ningún sitio y créeme, me aseguraré de ello—, dijo sonriendo.

¿En qué me he metido?

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