Curiosidad

Yulek

Los designios de Dios me han dado un doloroso recuerdo de por vida que nunca podré desprender de mí, pero también me han hecho ver la vida de una forma diferente. Mi ceguera tiene algún propósito en este mundo, tal vez no sea bueno para mí, pero quizás sí es una enseñanza para las pocas personas que siempre me han rodeado.

Desde pequeño nací completamente ciego a causa de una infección, por lo que desde que tengo uso de razón aprendí a desarrollar el resto de mis sentidos con naturalidad. Aunque fue muy duro saber que no tenía posibilidad de poder observar la luz del día y la de la noche, acepté mi realidad, pues sabía desde muy niño que no podía conocer ni siquiera el rostro de mis padres.

La música y la lectura siempre han estado presentes en mi vida. Mi madre solía leerme cada día y mi padre me enseñó a tocar los instrumentos musicales, esos mismos que se volvieron uno solo con mi ser hasta el día de hoy. La poca rigidez de las cuerdas de la guitarra me llamaron a explorar un mundo en el cual mi ceguera se convertía en nada. La mágica melodía que brotaba del piano me llevó a perderme por horas en melodías melancólicas y felices. Pero lo que más me atrapó fue el estridente y desgarrador chillido del violín. No hay nada más en mi vida que todas aquellas vibraciones que me declaran amor y dolor en solo una tonalidad.

Muchos me juzgaron y se burlaron de mí cuando tomé la decisión de estudiar música. «¿Qué hacía un ciego tocando una guitarra o acariciando las teclas de un piano?» Era lo que me preguntaban muy a menudo, pero en mi accionar, las palabras sobraban y las burlas se apagaban.

Me dejé llevar por la música hasta que me perdí en sus brazos y, lo mejor de todo, es que aun sigo flotando en las notas de su amor.

Al terminar mi carrera, tomé la decisión de enseñar a todos aquellos niños con mis mismas discapacidades, el poder que la música despierta en nosotros. Les enseño a tocar con el alma, demostrándoles que no hay ningún obstáculo en nuestras vidas si se tiene la capacidad de aprender y luchar por lo que se desea. La academia ha sido la mejor decisión que pude haber tomado en mi vida. Además de mis padres que han estado siempre guiando mis pasos, la academia lo significa todo para mí.

—¿Ya acabaste de preparar tu clase de mañana? — me preguntó mi padre al entrar a mi salón.

—Sí, papá, ya he terminado.

—Hijo, ¿no crees que necesitas un asistente para que te ayude en todo? Sé que Anabella es tu secretaria y ha estado por muchos años a tu lado, pero su salud es muy delicada.

—Lo sé, por esa misma razón no la cargo de trabajo. Puedo ocuparme de todo sin mayor problema — me encogí de hombros, dejándole en claro que no tiene por qué preocuparse.

—Sabes que tampoco debes hacer esfuerzos extras, Yulek.

—¿Nos vamos? Mamá debe estar esperándonos para que le ayudemos en la biblioteca — cambié de tema, solo con la intención de no tener la misma discusión con mi padre.

Suspiró cansando.

—Sí, vamos.

Mi padre tiene su propio salón y dicta clases de piano a mi lado, pero sé que se unió a mis sueños con la intención de no soltar mis pasos. Siempre me han dejado ser independiente, explorar y descubrir el mundo por mi propia cuenta, pero supongo que se debe al hecho de que soy su único hijo y de lo mucho que me quieren proteger de los peligros que sigue a mi lado con la excusa de trabajar en lo que más ama en el mundo. Con los años se han vuelto aún más sobreprotectores que cuando era un pequeño niño.

La academia de canto y música queda frente al parque principal de la ciudad, a unas cuantas cuadras de la biblioteca de mi madre. El camino lo reconozco a la perfección, incluso sé cuántos pasos hay de un lugar al otro porque en años ha sido mi habitual rutina sin desviarme de destino. Mi padre y yo veníamos hablando de cualquier cosa cuando esa voz tan angelical atravesó mis sentidos y se implantó en mi pecho haciéndome vibrar con su potencia y suavidad.

Nunca había escuchado una voz tan potente y dulce fluir con tanta pasión de una persona. La chica que canta a diario en el parque pone a las cuerdas internas de mi cuerpo a vibrar con su hermoso canto. Se ha vuelto una distracción y un placer escucharla cada tarde.

—Canta hermoso, ¿no? Aún no comprendo qué hace una chica con tanto talento cantando en un parque — mencionó mi padre a mi lado.

—Parece un ángel — caminé un par de pasos más en dirección a su voz, me sentía como cada día; embrujado por el sonido tan bello que fluye de sí—. Tengo curiosidad con esa chica, papá.

—Ah, ¿si?

—¿Crees que estaría dispuesta a cantar en la academia? No contamos con una profesora de canto, varios de la niños han mencionado cuándo será el día que puedan descubrir el tono de sus voces — en esos momentos daba hasta mi vida entera a cambio de poder ver—. ¿Cómo es ella, papá?

—Es una chica muy joven y bonita. Se nota que no es de aquí.

—Quiero decir, ¿cómo es físicamente? 

—¿En serio estás preguntando cómo se ve ella? — preguntó incrédulo, tal vez un poco emocionado.

—Me da curiosidad, es todo.

—Sí, tu madre también me causó curiosidad cuando la vi con la cabeza hundida entre una montaña de libros — suspiró, recordando el día que la conoció.

—No es momento de esa historia, papá. ¿Cómo se ve? — no podía decirle que esa voz tan magistral me estaba llamando como el canto de una sirena.

—Dios, Yulek, no soy bueno describiendo a las personas.

—Solo dime cómo la ven tus ojos. No es tan difícil, papá — me burlé de él, recordando la vez que me describió a mamá.

—Es muy bajita. Su piel es como un caramelo y, a decir verdad, luce como si fuese un dulce... no, eso sonó muy extraño sabiendo que bien podría ser mi hija. Me refiero a que se ve tierna, tal vez por su estatura o el largo vestido que cubre todo su cuerpo. Su cabello es tan verde como una esmeralda, rizado y largo hasta sus caderas — se acercó a mi oído—. Tiene los atributos grandes. Es bonita, muy bonita.

Me reí, pero en su descripción una sola palabra quedó en mi mente. No podía imaginar un cabello de color verde, menos como el de una esmeralda porque jamás en mi vida he visto una por obvias razones. Entonces recordé que mi madre llamó de esa manera a la chica que describió a sus senos como "meloncitos" cuando de pequeños no tenían absolutamente nada.

—Esmeralda — susurré el nombre de la chica de los melones, recordando el aroma frutal que desprendía de su cuerpo y la suavidad de lo creí sus hombros entre mis manos—. ¿Podrías acercarme a ella? Me gustaría ofrecerle trabajo en la academia.

—¿Estás seguro? Primero debes preparar una entrevista. No sé, estudiar su currículum y entre otras cosas.

—Tiene gran talento, y eso es más suficiente para mí. Estoy seguro que nos será de gran ayuda contar con su apoyo. De esa manera no tenemos que seguir haciendo el ridículo con los niños, porque ni tú ni yo cantamos tan melodioso como ella.

—Bien, como prefieras. Habla con ella, aprovecha ahora que ha tomado un descanso.

Mi padre me acercó a ella, por lo que pude percibir de nuevo el aroma a frutas escalar por mis fosas nasales y concentrarse en mi cabeza. No pueden existir dos chicas usando esa misma colonia tan dulce y envolvente, o tal vez sí, pero es tan extraño que me tope con esa fragancia que parece no querer salir de mis sentidos.

—Ay, no, el bombón raro otra vez no — habló en español, sacándome una sonrisa divertida tan pronto reconocí su voz.

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