Lia nunca había viajado en un avión privado, pero era un lujo al que fácilmente podría acostumbrarse. No había filas que hacer, los asientos eran enormes y la cabina tenía el espacio suficiente como para desplazarte con libertad. Incluso su padre, alguien que odiaba volar, no lucía ni un poco preocupado de estar en un avión a punto de despegar.
Eran cerca de las tres de la tarde, aunque Matteo había dicho que iban a salir a primera hora de la mañana, primero fueron a algunos lugares antes de poder subir al avión. No le había gustado nada, pero era necesario. La primera parada que habían hecho había sido la comisaría y la segunda el consultorio de su psiquiatra.
—¿Quieres algo de beber? —le preguntó Matteo.
—Un poco de agua no estaría mal —respondió Lia sin mirarlo. Estaba más entretenida viendo las ex