Era más tranquilo y maduro de lo que recordaba.

Todos en la familia Martino se pusieron de pie para recibirlo.

Joshua y su hermana habían quedado huérfanos cuando eran niños, y desde entonces se apoyaron en las buenas y en las malas. La señora Martino los acogió como si fueran sus propios hijos.

Con el tiempo, Omaira Martino se casó con Michael Martino, mientras Joshua se marchaba al extranjero a forjar su propio camino. Durante todos esos años, la familia Martino no había sido más que una fachada. Sin embargo, gracias al apoyo constante de Joshua lograron salir adelante y mantener su imperio.

Desde que falleció la mamá de Wyatt, —la hermana de Joshua—, todos empezaron a tratarlo con una mezcla de miedo e hipocresía, cuidando cada palabra para no perder su favor. Todos le sonreían, buscando quedar bien. Sin embargo, a él no le importaba… excepto cuando me vio a mí.

En ese momento, se le dibujó una leve sonrisa en los labios, mientras caminaba tranquilo hasta el asiento a mi lado, y miró a Wyatt con desaprobación.

Yo me sentí como una niña que atraparon haciendo algo mal, muy torpe y queriendo explicarse. Pero Wyatt se me adelantó, levantándose de golpe y marchándose con una excusa barata.

Un segundo después, Joshua ya estaba sentado junto a mí.

—Hoy es la cena familiar —dijo con voz firme—. No se pongan tan serios. Vamos a comer de una vez.

Dicho esto, empezó a servirme. Me puso camarones en el plato y los peló uno por uno para mí.

—Él se sentó aquí, yo no... —comencé a decirle en un susurro, acercándome a su oído.

—Ya lo sé. Come sin afán —respondió él, mientras ponía el camarón pelado en el plato.

En cuestión de minutos, mi plato estaba lleno: camarones sin cáscara, pescado sin espinas, la sopa sin cilantro… Todo tal como me gustaba.

Fue la comida más reconfortante que tuve desde que regresé a esta vida.

Joshua sonrió y, con una servilleta, me limpió con delicadeza.

—Despacio, señorita, no se vaya a atragantar —dijo con una calidez que me desarmó por completo.

Justo cuando tragué el último bocado y abría la boca para decir algo, la puerta se abrió y la voz animada de Callista irrumpió de golpe:

—¡Buenas!

Todos se giraron a verla. Al notar quién era, las caras se les apagaron.

—Esta tonta... —murmuró Michael con fastidio, soltando los cubiertos con fuerza.

No terminó, pero no hacía falta. Su mirada lo dijo todo.

La mamá de Callista había sido la amante de mi papá, no mi madre biológica. Y en los círculos de Riofuegos, eso era igual que ser la hija ilegítima, por lo que no era bienvenida en este tipo de eventos.

Aun así, mi papá siempre la consintió más que a mí. Por eso se paseaba por todos lados como si fuera todo una señorita Ponce.

Wyatt, como si nada, le ofreció la silla para que se sentara.

—¡Wyatt! —exclamó Michael enfurecido—. ¿Estás loco o qué? ¿Cómo traes a una cualquiera a la cena familiar?

Callista se asustó con el grito, y empezó a temblar, mientras agarraba la mano de Wyatt, con los ojos llenos de lágrimas.

Wyatt, queriendo defenderla para no quedar mal frente a ella, levantó la voz:

—Callista es hermana de Elena, así que también es parte de esta familia. ¿Por qué no sería bienvenida?

Mientras decía eso, me miró como pidiéndome que lo respaldara. Pero, justo en ese momento, vio a Joshua sonriendo mientras me limpiaba la boca con calma.

La cara de Wyatt perdió el color de puro coraje y no se atrevió a decir nada más. Tan solo me miró con rabia.

Por su parte, Joshua, como si no hubiera pasado nada, seguía sirviéndome y pelando camarones con total tranquilidad.

Wyatt, frustrado, se dejó caer en su silla haciendo ruido, como si así pudiera desquitarse. Sin embargo, lo ignoré por completo.

De pronto, mi celular vibró sobre la mesa, con un mensaje de él.

«¿¡Lo hiciste a propósito!? ¡Si quieres quedar como un imbécil, hazlo sola! ¿Pero por qué metes a mi tío en esto? ¿¡Te faltan neuronas o qué!? ¡Que no se te olvide quién es tu prometido! ¡Ven ya mismo para acá!»