Brock
Azaleia había tenido su dosis de señoras terribles, Hilda y demás desastres, y yo ahora tenía la mía. Los supuestamente señores nobles, de sangre de los primeros hombres en la tierra, en teoría, eran unos asquerosos.
Hablaban de sus amantes, como si sus familias no valieran nada, ir respetando a sus casas, y … dando a entender que las mujeres eran unos animales inferiores. Yo estaba callado, en una esquina, básicamente echando chispas.
Estos señores se atrevían a hacerme preguntas íntimas y personales de mi esposa ¡MI ESPOSA! ¿Cómo se atreven? Querían saber si era tan bella y adorable como se veía, o si se dejaba hacer lo que yo quisiera… ya ahí estaba rojo al punto de infartarse o meter mi mano en sus pechos e infartarlos a ellos.
Alguno incluso llegó a sugerir que me casé con ella porque ya había sido tocada por otros hombres. Por el cielo estrellado más sagrado… ¿cómo no los maté? No lo sé. Solo sé que Areta se paraba cerca de mis piernas rugiendo. Ellos me miraban con