3.1

Jennifer llegó a la casa de los padres de Sean. Desde hacía tiempo que él ya no permanecía aquí, sino en el campus de la universidad, pero desde que se había graduado había vuelto mientras se acomodaba en alguna pequeña habitación. Era una casa modesta en los suburbios, y al llegar, encontró la casa sola y a oscuras. No estaban aquí, eso era evidente, pero le era urgente hablar con ellos, así que permaneció dentro del auto dispuesta a esperarlos.

Llegaron una hora después, y al verla, los padres de Sean se miraron uno al otro.

—Siento venir a verlos a esta hora —dijo Jennifer avanzando hacia ellos. Esta hora le había servido un poco para mejorar su ánimo; había compuesto su semblante, y ahora parecía más serena—. Quiero hablar con Sean. Por favor…

—Nuestro hijo no está aquí, y tú lo sabes.

—Sí, pero es que no contesta mis llamadas.

—Seguro porque está en pleno vuelo hacia Londres —Jennifer los miró a uno y a otro con el alma en los pies.

—Entonces… ¿es verdad?

—Sí. Se fue hoy. Venimos del aeropuerto. Fue una oferta increíble la que recibió, y no lo dudó. Tienes que dejarlo ir. Nuestro hijo es inteligente, y tiene mucho futuro… Tú… sólo serás un tropiezo para él.

— ¿Por qué? ¿Por qué ahora soy un tropiezo? ¡Antes estuvieron muy contentos porque él y yo estábamos saliendo!

—Pero las cosas cambiaron, ¿no?

— ¿Eso qué significa? Porque caí en bancarrota, ¿ya no soy aceptable para su hijo?

—Date tu lugar —dijo el padre de Sean con tono molesto—. Mira quién eres ahora. No obligues a alguien que tiene tanto futuro a estancarse contigo.

—Él estará bien —siguió la madre mirándola inexpresiva—. Surgirá, y no será gracias a ti, sino por sí mismo—. Sin añadir nada más, ambos caminaron hasta llegar a la entrada de la casa. Él metió la llave y abrió dejando entrar primero a su esposa, y luego, sin más miramientos, la cerró lanzándole una última mirada de desprecio a Jennifer, que no se podía creer que las dos personas que antes hicieron fiesta por el noviazgo entre ella y su hijo, ahora le estuvieran haciendo esto.

Jennifer se estuvo allí por varios minutos más, sorprendida, anonadada. No podía creer que la estuvieran tratando así, que la considerasen una carga. ¡Ella jamás había sido una carga! ¡Todos estos meses que salió con Sean, al contrario, fue una gran ayuda! Lo ayudó múltiples veces, le prestó dinero, ¡lo sacó de apuros! ¿Cómo podían tratarla así? ¿Qué tipo de personas eran?

Y luego recordó algo que la había venido molestando desde hacía rato, desde la vez que le contara a Sean que estaba en la quiebra.

“¿Qué vas a hacer ahora?”  había preguntado él, no: “¿Qué vamos a hacer ahora?”. En cuanto había sabido que ella no tenía dinero, él se había salido del círculo en el que se suponía que estaban ambos.

Estaba sola. Su novio la había dejado porque ahora era pobre. ¿Y ella, ella por sí misma, no valía nada? Como mujer, como amiga, como amante… ¿no valía nada?

Las lágrimas rodaron por sus mejillas, y, con los hombros caídos, caminó hacia su auto, que debía entregar mañana, porque ya no le pertenecía.

Lo había dejado todo por él, estaba vendiendo, entregando, rematando todo por él. Había estado dispuesta a vivir la pobreza, una vida mucho más sencilla, y hacer pasar también a su madre por esto todo por él, y él le había dado la espalda.

Condujo despacio, pues las lágrimas no le dejaban ver bien, y lloró.

¿Qué iba a hacer ahora? Había trazado un camino en su mente pensando que contaría con el apoyo de Sean. Ni siquiera un apoyo de tipo económico, pero el saber que él estaría allí con ella le daba ánimo para asumir los nuevos retos que la vida le impondría. Él era un ejemplo para ella, un ejemplo de superación, pero ahora resultaba que era el hombre más mezquino sobre la tierra.

Y su mamá, oh, Dios. Su pobre mamá.

Llegó a la casa preguntándose cómo decírselo. Ella la había apoyado hasta hoy. Otra, más egoísta, le habría reclamado, y reconvenido para que se casara con los Blackwell y así salir de este atolladero, pero ella había sido buena y paciente, y había respetado su decisión.

— ¿Mamá? —llamó con voz gangosa. Necesitaba desahogarse, llorar, y nada mejor que el hombro de mamá para esto.

Subió a su habitación, pero no la encontró ahí. Bajó a la cocina, pero tampoco estaba.

No había a quién preguntarle. El personal del servicio ya había sido despedido, sólo unos pocos vendrían mañana para ayudarles a sacar su ropa y sus cosas, tras lo cual, ella tendría que entregar las llaves para que la casa fuera vendida.

¿Dónde estaba Lucile?

La encontró en el jardín.

Estaba hablando, y, pensando que había recibido la llamada de alguien, se acercó en silencio.

Pero no estaba hablando con nadie, su madre estaba hablando sola.

— ¿Recuerdas que aquí Jenny aprendió a montar la bicicleta? —decía—. Se cayó varias veces. Tenía mal equilibrio —rio un poco y siguió—. Fuiste un excelente padre para ella la mayor parte del tiempo —Lucile se giró un poco, y Jennifer pudo ver que hablaba con el portarretrato que contenía una fotografía de su padre. La llevaba como si él, a través del cristal, pudiera ver la casa y el jardín.

Sin poder soportarlo, y antes de que Lucile la viera, Jennifer dio la vuelta y echó a correr al interior de la casa cubriéndose la boca para que no escapara un sollozo, o tal vez un grito de horror. ¿Qué había estado a punto de hacer? ¿Cómo había podido ser tan egoísta? Dejándolo todo por un miserable como Sean, había estado dispuesta a dejar que su madre enloqueciera, ¡Su madre! ¡Lo único que tenía en este mundo!

Corrió hasta su habitación y se tiró en su cama, amontonando las almohadas y las sábanas sobre ella para que ahogaran su llanto, para que no se escuchara.

— ¡Perdóname, mamá! —lloró con amargura.

Se sintió lo peor en este mundo. Horrible, monstruosa, despreciable.

No había sabido ver el verdadero valor en las personas que la rodeaban. Sean había sido un interesado, y su madre había estado dispuesta a sacrificarse por ella, y ella lo había puesto él por encima de ella. ¿Qué clase de hija era?

Tenía que hacer algo. Tenía que evitar todo esto. Tenía que…

Pero, ¿qué podía hacer?

La salida era una puerta angosta, llena de pinchos, que, al intentar atravesarla, la dejarían a ella rota y vuelta una m****a.

Pero la única que terminaría hecha una m****a sería ella, y ya estaba bastante maltrecha con todo lo que había descubierto hoy. Si se sacrificaba, salvaría a miles de personas que estaban a punto de perder sus empleos, y, sobre todo, salvaría a su mamá.

Qué horrible era esto.

Por primera vez en su vida, odió ser Jennifer Hendricks.

—Fue mucho más sencillo de lo que imaginé —le decía Robert a su hermano, que tenía sus pies descalzos alzados sobre el escritorio de su despacho privado en su enorme casa—. Ni siquiera tuve que hacer coacción —sonreía Robert.

—Parece increíble —susurró Jeremy—. Una vez más, la naturaleza humana juega de nuestra parte.

—El dinero no corrompe los corazones —aseguró Robert—. Sólo muestra el verdadero ser.

—Estás bastante filosófico esta noche.

—Sólo estoy contento. No hemos obtenido todo lo que hemos querido, pero no ha sido tan malo hasta ahora.

—Señor —dijo una mujer entrando al despacho sin llamar, y Jeremy, un poco sorprendido, bajó los pies del escritorio. Antes de poder reclamar por la intromisión, la mujer volvió a hablar: —Una joven lo busca.

— ¿Qué?

—Una joven lo busca.

—Eso ya lo escuché. ¿Quién es?

—No le pregunté el nombre—. Jeremy la miró bastante molesto. ¿Cómo era posible que existiese alguien tan tonto?

—Hablamos luego, Robert. Parece que tengo una visita inesperada.

— ¿A esta hora? Es pasada la media noche.

—Sí. Espero que no sea una anciana con manzanas envenenadas, o algo así —Robert se echó a reír.

—Tal vez sea una amiga que no resistió pasar la noche sin ti —Jeremy hizo una mueca. Dudaba mucho eso, pues ninguna de sus amigas conocía esta dirección.

Se calzó los zapatos y salió de su despacho, caminando a paso lento hacia el vestíbulo.

Allí la encontró, a la más hermosa mujer que hasta ahora había visto, o eso le parecía desde que la había conocido. No había podido quitársela de la cabeza estos últimos días, y constantemente aparecía en sus sueños, ligera de ropa y con labios dispuestos.

Eso le había arruinado sus últimos encuentros con otras mujeres, y verla, mirando con curiosidad su vestíbulo, porque la tarada que le había abierto la puerta no la había hecho seguir a ninguna sala, sería parte de sus nuevas fantasías.

—Jennifer Hendricks —dijo con voz grave y pausada. Ella se giró a mirarlo. Había estado llorando, eso era claro. Tenía sus hermosos ojos grises enrojecidos y un poco hinchados—. ¿Estás bien?

—Me casaré con usted —dijo ella simplemente—. Ayúdeme a detener todo lo del embargo, las ventas y los traspasos. Por favor. Ayúdeme. Me casaré con usted—. Él se metió una mano en el bolsillo y caminó acercándose más. Extendió la otra mano a ella y le tocó la frente. No tenía fiebre.

—Se casará conmigo —dijo, y la escuchó sorber sus mocos.

— ¿Todavía estoy… a tiempo? Hendricks Industries es una empresa que, bien manejada, proporciona muchos millones de ganancia al año. He leído acerca de usted y su hermano, y dicen que tienen mano firme para los negocios. El toque de Midas, leí; todo proyecto donde se involucran, se vuelve lucrativo.

—Es sólo porque elegimos bien nuestros proyectos, no por ningún toque mágico.

—Toque a Hendricks Industries —pidió ella mirándolo con una súplica en los ojos—. Usted ya lo había elegido antes, ya le había parecido un buen proyecto.

—Pues sí, pero tú estás enamorada de otro—. Ella casi se retorció al escucharlo.

—Eso no me impedirá… casarme.

— ¿Por qué no?, es un asunto moral, ¿no? —la pinchó él, y se preguntó qué rayos estaba haciendo, si ella se le estaba ofreciendo en bandeja de plata. Pero, sin poder evitarlo, continuó: — ¿Estás completamente segura de esta decisión que estás tomando? —Ella asintió—. ¿No es fruto de una pelea con tu novio, y, en venganza, viene aquí para producirle celos?

—No soy ese tipo de mujer.

—Entonces, ¿seguro que no tendré al pobre Sean aquí ante mi puerta reclamándome que se la devuelva? —Ella sonrió con desdén.

—No. Eso no va a ocurrir. Ni en esta vida, ni en la otra—. Él la miró entrecerrando sus ojos, pero ella no le sostenía la mirada.

—Le aviso desde ya que no seré un marido sólo de papel. Haré valer mis derechos sobre usted. Sabe a lo que me refiero, ¿verdad? —ella se sonrojó, lo que a él le pareció lo más dulce del mundo. Dudaba que aún fuera virgen, pero, de alguna manera, ella conservaba cierta candidez.

—Lo… lo entiendo.

—Vaya. Estoy sorprendido. Pero necesito saber una cosa más. Soy celoso —siguió como si nada, y ella levantó la mirada ante la declaración—. No soportaré que mi mujer esté conmigo mientras piensa en otro hombre, y mucho menos, si se ve a escondidas con él. No toleraré la infidelidad—. Jennifer apretó sus dientes sintiéndose un poco indignada.

—No soy infiel… y eso no debe preocuparle. Sean… está en otro continente.

—Oh.

—Y soy una mujer leal —dijo volviendo a mirarlo a los ojos, recordándole las palabras que él mismo dijera a la entrada de su casa aquella noche—. Se lo aseguro—. Jeremy sonrió al fin. Una auténtica sonrisa se reflejó en ese hermoso rostro, y Jennifer pudo ver que en sus mejillas se formaba un hoyuelo que antes no había tenido manera de ver, porque él, hasta ahora, no le había sonreído así.

—Día feliz —dijo él con su sonrisa de tres soles—. Está siendo un día muy feliz.

Para ella, en cambio, estaba siendo el día más negro de su vida, y lo peor era que sus días negros acababan de empezar.

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