Capítulo 4. |Pasión contenida|

Hotel Paradise, Hawái.

Suite presidencial

La luz del sol entró por aquella ventana, las cortinas blancas ondeaban por la brisa fresca, el ruido de las olas estrellarse se escuchó de fondo. Emma se movió y buscó a tientas la sábana para tirar de ella y cubrirse al sentir un escalofrío. Pero no la encontró. Encontró el dorso desnudo de alguien que estaba a su lado aún dormido y con la boca entreabierta. Retiró sus dedos lentamente, abrió su ojo un poco para mirar y entonces abrió los dos. Pasó saliva con dificultad, “¿Quién es?” Las imágenes de la noche anterior, desfilaron rápidamente una por su mente. Cerró los ojos y los apretó con fuerza, el recordarlo despertó el calor que anoche había surgido con el hombre alemán. Negó para sí misma, “¿Cómo es posible sentir algo así por un extraño a quien tenía unas cuantas horas de conocer?” Era como si un apetito sexual que ni ella conocía hubiera despertado por primera vez.

—Buenos días, leona. —la voz ronca, adormilada y sexy del hombre a su lado, la estremeció, se removió para quedar de perfil frente a ella. Retiró cabello de su frente y luego acarició su mejilla.

—Buenos días, extraño. —él sonrió ampliamente enseñando sus dientes perfectos.

— ¿Quieres entrar conmigo a la ducha antes de despedirnos para siempre? —Emma apretó sus muslos al sentir aquel cosquilleo en esa parte privada y bien depilada. “Traidora” pensó. Se mordió el labio y asintió decidida a terminar este sexo casual e inesperado con el alemán.

—Bien, —se inclinó hacia ella y dejó un beso en la punta de la nariz. Ella no se había dado cuenta de que retuvo su respiración. Cuando él se puso de pie, dejó a la vista su trasero redondo y bien trabajado. Ella abrió más sus ojos por tremenda vista. Era la segunda vez que veía un trasero de un hombre, el primero el de Jamie, durante cinco años. El hombre desaparecido en el interior del baño, y luego escuchó el agua caer, se levantó y se aferró a la sábana para cubrir la desnudez, miró la majestuosa vista desde su habitación, recordó lo que no quería: la infidelidad de su ex prometido. Cerró los ojos y negó, no arruinaría su viaje con lo que había pasado, si no podía llorar, ¿Era por qué no había sentimientos tan profundos? Así que decidió seguir con su viaje, los dedos aflojaron la tela de la sábana que la cubría, esta cayó a sus pies y sonrió.

—Alguien me espera en la ducha. —susurró para sí misma al mirar el reflejo de ella en el vidrio de la ventana. Cuando entró al baño, la escena que miró frente a ella era impresionante, el cuerpo del hombre alemán era exageradamente hermoso. Emma tomó una bocanada de aire cuando sintió que este le faltaba, él se giró al sentir la mirada.

—Te estoy esperando. —Emma sonrió, y asintió caminando hasta que entró bajo la gran cascada de agua. Sintió como el agua tibia la mojó, cuando abrió sus ojos, él la estaba mirando embelesado. No se atrevió a tocarla hasta que ella lo hiciera, tan claro como ella lo había dicho horas atrás. Y así fue, Emma se quitó lo que quedaba de pena y decidió seguir disfrutando lo que estaba pasando con el alemán.

La espalda de ella contra el azulejo, sus piernas rodeando la cintura de él, mientras embistió en su interior, nunca había disfrutado tanto el sexo como lo estaba haciendo en ese momento, y las anteriores horas. Escuchar como la mujer se desinhibía y se dejaba llevar por la pasión, era excitante para él. Los jadeos, los gemidos y de vez en cuando los gruñidos de parte de él antes de venirse, inundaban el baño, la habitación, la terraza y el armario. Cuando finalmente volvieron a venirse en la alfombra a pie de la cama, alguien los sacó a ambos de su burbuja sexual.

Era el celular de él, ha como pudo se levantó y con las piernas temblorosas amenazando con tirarlo, contestó.

—Dime, —escuchó a su amigo al otro lado de la línea, al parecer las vacaciones se habían terminado para él. —Bien. Voy en este momento, gracias. —luego colgó. Miró a la mujer desnuda recostada en la alfombra intentando tranquilizar su respiración después del orgasmo número… Ya había perdido la cuenta. El alemán era insaciable, y ahora estaba descubriendo que ella también, cuando miró al hombre arrugó su ceño.

— ¿Qué pasa? —él iba a decir algo cuando ella habló para evitarlo—Lo sé, sé que no diremos nuestros nombres, nada de nada, esto es algo que no volverá a pasar. Pero por tu semblante pensé que podría ocurrir algo malo.

—Es malo—ella alzó sus cejas y se sentó, —Tengo que marcharme. Muy a mi pesar, porque esto que ha pasado, es único y no quiero que termine. Pero tengo que irme. —Emma asintió entendiendo a la perfección lo que él dijo. Él, se mordió el labio, no quería irse realmente, pero tenía que hacerlo ahora. Se levantó y se inclinó hacia ella, de un movimiento rápido, la alzó por sorpresa arrancándole un jadeo, la recostó sobre la cama y luego devoró su boca una última vez. Se fue a cambiar y cuando estaba en el armario solo, miró la maleta acomodada debajo de la ropa que colgaba a la perfección y arqueó una ceja al ver que estaba por colores, “Vaya” pensó sorprendido. Llegó hasta la maleta y miró la etiqueta del aeropuerto, y ahí estaba, el primer nombre de ella y de dónde venía y arrugó su ceño, “New York” sintió su corazón acelerarse con fuerza, pero negó, quizás ella solo buscaba una aventura y cuando iba a aventurarse a averiguar más, se dio cuenta de algo, ella no estaba sola. Así que terminó de vestirse, y cuando salió, ella estaba envuelta en una bata de seda con su nombre, como la que vio con el nombre de “Jamie” “Recién casados” y luego suspiró. ¿Por qué había creído que esta vez el destino estaba jugando de su lado?

—Me voy, —dijo él, no entendió por qué de su molestia en el interior, ¿Era por qué se iba a ir cuando quería quedarse o por qué ella era una recién casada buscando aventura en su luna de miel?

—Bien, te acompaño a la puerta…—dijo Emma intentando hacer tiempo para averiguar por qué se iba—Espero esté todo bien. —Cuando llegaron a la puerta, él la miró.

—Está perfecto, espero que te hayas divertido, tomar al primer hombre que te compró la bebida para seducirlo y meterlo a la cama. —Emma alzó sus cejas con mucha sorpresa al escucharlo decirle eso, pero ¿qué le pasa al tipo?

—Okay…—no supo de inmediato que decir, él se molestó más por su descaro, se dio la vuelta y se fue. Emma arrugó su ceño y cerró la puerta de la habitación, se ajustó la bata de seda y se quedó repasando sus palabras. —Bueno, él lo sabía cuándo accedió a subir a ese elevador. —soltó un largo suspiro y miró el lugar. —Vamos, aún no termina la luna de miel, Emma.

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