—¿Qué quieres que te pida, perdón Sara? — reclama ella consternada.
Nunca tragaré a Victoria, ni dejaré a mi hijo solo con ella sin supervisión. Sin embargo, no soy tan resentida. Me siento tan feliz, y bendecida últimamente, que no hay espacios para odio en mi corazón.
—A mí no me tienes que pedir