-No te ves muy bien-, me dice Ezekiel cuando entro en mi oficina. -¿Cuánto dormiste anoche?-
-¿Dónde está mi café?-
-Allá.- Señala la copa.
Levantó la tapa. Oler. La cantidad justa de canela y crema. Empujándolo hacia él, le ladró: -Tú lo bebes primero-.
-¿Disculpe?-
-Esperaré para asegurarse de que no mueras y luego lo tendré-.
Los ojos de Ezequiel se abren como platos. Entonces empieza a reír.
Lo miro. -¿Qué es tan gracioso?-
-Nada señor.-
Mi ceño es extra oscuro porque me está mintiendo.
Ezekiel pone una nueva pila de carpetas en mi escritorio. -La señorita Jones devolvió la tarjeta de crédito de la empresa junto con las facturas y recibos organizados. ¿Quiere que los archive?
-No. Deja que ella lo haga.
-Se lo haré saber-. Se aclara la garganta. -¿Estás listo para la reunión?-
-Sí.-
Me levanto de mi silla y tiró el café del borde de mi escritorio.
Con pinchos o no, estoy en muy malas condiciones para ir a esa reunión sin un poco de java. Ezekiel puede hacerles saber a los federale