Capítulo 8
En ese momento, dentro de un coche Bentley plateado…

—Señor González, muchas gracias por haber salvado la vida de mi abuelo. Esta es la Tarjeta del Dragón Verde de la familia Flores. Acéptala, por favor. —Estrella sacó una tarjeta negra con bordes dorados y se la entregó a Pedro—. Esta tarjeta le acredita como un estimado invitado de la familia Flores. Podrá disfrutar del mejor servicio en todas las propiedades y bienes de la familia.

—Señora Flores, lo que necesito no es esto —dijo Pedro moviendo la cabeza de izquierda a derecha.

—Descuida, señor González. Esto solo representa mi agradecimiento. En cuanto a la agrimonia de la que habló Bruno, enviaré a alguien para que la lleve a tu casa —sonrió Estrella.

—Estrella es muy franca. Muchas gracias.

Pedro sonrió y aceptó la Tarjeta del Dragón Verde. Obviamente, no estaba mal lo que le había regalado Estrella.

—¡Crunch!

Mientras conversaban, de repente el chófer frenó y detuvo el coche a un lado.

—Jefa, lo siento. ¡Me obligaron!

Después de decirlo esas extrañas palabras, el chófer salió corriendo. Al mismo tiempo, dos coches negros aparecieron súbitamente. Uno se detuvo delante del Bentley y el otro detrás.

Cuando se abrieron las puertas, unos hombres con las caras cubiertas bajaron del coche. Sujetaban unos palos y lanzaban bravuconadas.

El líder era un hombre calvo y musculoso que llevaba un cuchillo.

—Señora Flores, mi jefe quiere verte. Ven con nosotros.

El hombre calvo pisó la cubierta del coche con su pie.

—¡Qué atrevimiento! ¿Cómo se atreven a secuestrar mi coche? —En vez de parecer inquieta, Estrella mostró una actitud arrogante.

—Si estás con sus guardaespaldas, naturalmente no tenemos el valor de hacerlo. Pero, lamentablemente, ahora están en el hospital protegiendo al anciano. Y ahora solo estás con un joven guapo. ¿Cómo podemos perder esta oportunidad? —dijo el hombre calvo, sonriendo.

—Me sorprende que tengas tanta perspicacia, ya que has conspirado con mi chófer por dinero. Pero me despierta la curiosidad saber quién es tu jefe —dijo Estrella, muy tranquila.

—Cuando llegues al lugar, lo sabrás. Baja del coche —le apuró el hombre calvo.

—No te mereces que yo baje —Estrella no se amilanó.

—Si ignoras tu propio bien, no nos tomes por ser maleducados.

El hombre calvo levantó las manos pidiendo un enorme martillo de hierro.

Cuando estaba dispuesto a romper el cristal, Pedro abrió de repente el coche y bajó.

—Señora Flores, es inútil que él quiera protegerte. Todavía no ha empezado y ya está muy asustado. ¿Te gusta ese tipo? —bromeó el hombre calvo.

Estrella frunció el ceño. No dijo nada. Solo metió la mano en el bolso.

—Os doy cinco segundos para desaparecer —dijo Pedro, muy indiferente.

—¡Cabrón! ¿Sabes lo que estás diciendo? Te veo que quieres morir porque te atreves a salvar a esa mujer de nuestras manos.

Después de decirlo, solo se oyó un ruido y Pedro golpeó fuertemente la cara del hombre calvo. El golpe fue tan fuerte que la cara del hombre se volvió aviesa. Y el hombre se tambaleó sin poder sostenerse en pie.

—¡Joder! ¡Ese tipo se atreve a golpearnos! ¡Déjenlo morir!

Al ver esta escena, otros se acercaron sin decir nada.

Pero Pedro no tenía miedo y se movía ágilmente como un diablo, yendo y viniendo sin cesar entre la multitud. Cuando se acercaba a una persona, le daba una bofetada.

—¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!

En solo unos segundos, los hombres fuertes ya estaban en el suelo por las bofetadas de Pedro. Cada cual correspondía a una bofetada, ni más ni menos. El proceso era fácil y rápido, como el cuchillo cortó las verduras.

El hombre calvo que acababa de recuperar el conocimiento se quedó

sorprendido. Nunca habría imaginado que ese joven guapo que estaba delante de él fuera tan violento. Más de diez hombres que se dedicaban a la profesión de asesinar no habían podido tocar a Pedro.

—Interesante.

Estrella sonrió y se le iluminaron los ojos. Volvió a esconder la pistola en su bolso.

Habría creído que Pedro fue golpeado, pero era muy hábil en la lucha y había derrotado a unos hombres fuertes fácilmente. Creía que era mejor que sus guardaespaldas.

No solo sabía de medicina sino también de fuerza. Además, era muy guapo.

¡Qué hombre tan asombroso!

—Detente, detente —balbuceó el hombre calvo, aterrado al ver acercarse a Pedro—. Te lo advierto, no te acerques. Si te atreves a tocarme… ¡ah!

Sin darle la oportunidad de que terminara la frase, Pedro le dio un golpe en su abdomen que lo hizo caer al suelo y vomitar la cena.

—Señora Estrella, lo dejo en tus manos para que lo resuelvas.

Cuando terminó de golpearle, Pedro se apartó a otro lado.

—Muchas gracias.

Estrella movió afirmativamente la cabeza, se acercó y dijo mirando al hombre calvo:

—Dime, ¿quién es tu jefe?

—Esto... yo…

El hombre calvo respondió vacilante.

—¿No vas a hablar?

Estrella sonrió, cogió un cuchillo, lo puso en el cuello del hombre y le dijo con tranquilidad:

—Entonces te cortaré en pedazos con este cuchillo.

Después de decirlo, levantó el cuchillo.

—¡Para! ¡Para! ¡Para! Te lo diré… te lo diré… es Leo, ¡Leo Londoño del Grupo Acán! —dijo el hombre calvo reconociendo francamente la verdad.

Casi iba a perder la vida en este momento que no podía ser fiel.

—Así que resulta que es él.

Estrella sonrió con indiferencia.

—Vuelve y dile a Leo que me acuerdo de él. Cuando tenga tiempo libre, ¡lo visitaré en persona! Ahora, ¡vete con tus hombres!

—Sí, sí, sí…

El hombre calvo estaba muy asustado y enseguida huyó con su grupo de hombres.

—Señora Flores, primero tu abuelo fue hechizado y ahora ha sido secuestrada. Los dos hechos tienen una relación muy estrecha. Parece que Leo no es una persona simple —le advirtió Pedro.

—No hay necesidad de temer a Leo, es un hombre loco. Pero tiene alguien que lo respalda. Para evitar actuar con imprudencia y alertar al enemigo, le dejaré hacer lo que quiera por ahora. Cuando llegue el momento oportuno, los atacaré brutalmente —dijo entrecerrando los ojos.

O no les atacaba o, si decidía atacarles, habría que matarlos de un solo golpe.

—Es mejor que lo conozcas —asintió Pedro sin interés en involucrarse en estas disputas.

—Señor González, eres verdaderamente un invitado estimado de mi familia. Primero salvaste a mi abuelo y luego a mí. No sé cómo agradecértelo —dijo Estrella con los ojos hermosos y brillantes.

—Solo a pedir de boca. No es nada.

—No puede ser así. ¡Tengo que devolverte este gran favor!

Cuando terminó de hablar, Estrella sonrió de repente.

—Para demostrarte mi sinceridad, ¿podría casarme contigo?

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