CAPÍTULO 3: EL HOSPITAL

Lizzie

Salgo corriendo de esa oficina antes de seguir pasando más vergüenzas. No puedo creer que le haya dicho que sí a ese sujeto, en realidad me cuesta trabajo comprender todo lo que sucedió en estas últimas horas.

Es la primera vez que pierdo un trabajo tan rápido, y al mismo tiempo, también estoy a punto de ganar una gran suma de dinero gracias a mi torpeza.  A tientas de que sea un asesino serial, le envío mis datos personales para que haga el fulano contrato.

De verdad creí que me estaba ofreciendo algo mucho más indecoroso, y aunque me parece de lo más extraña su propuesta, no pude decirle que no.

La llamada que recibí hace unos minutos antes de entrar fue el motivo principal por el cual decidí aceptar su loca propuesta. Y es que me acaban de llamar del hospital, al parecer mi abuela ha tenido un accidente.

Me tomo la libertad de pedir un taxi, esta es una situación de urgencia, además, si es verdad que me dará esa cantidad de dinero, bien podría darme ese pequeño lujo; solo por el bien de ella.

Por lo que me dijeron al teléfono, no suena nada bueno. Aparentemente había regresado de hacer las compras cuando se cayó por las escaleras dentro de la casa. Por fortuna, los vecinos escucharon el estruendo y la ayudaron de inmediato.

Le pido al taxista que vaya a toda velocidad, me encuentro bastante lejos y la ansiedad por saber qué fue lo que le sucedió no me deja en paz. Muerdo mi labio con insistencia sin siquiera darme cuenta y termino haciéndome una herida, la noto por el sabor metálico a sangre en mi boca.

—Hemos llegado señorita —anuncia el hombre.

Le pago lo poco que me queda y salgo disparada hacia la recepción en el área de emergencias. Si mi abuela se muere, no sé qué voy a hacer.

Intento no pensar en eso porque la sola idea de perderla hace que se me arrugue el corazón. Ella es el único familiar que me queda vivo, si se va, solo quedaríamos mi hermano y yo.

Sé que Eithan sufriría demasiado, y quizá eso lo termine alejando más de mí; en especial porque siendo desempleada y sin una carrera universitaria por concluir en un tiempo cercano, el servicio social lo apartaría de mi lado.

—Buenos días, estoy buscando a la señora Cristina García.

—Un momento por favor.

La señorita de la recepción se toma su tiempo, la miro con impaciencia mientras revisa en los registros de su computadora.

»Sí, está internada en el área de emergencia, pase por ahí dice señalándome el pasillo de la derecha.

Solo espero que esto lo cubra el seguro, de otro modo esos diez mil solo me alcanzarán para pagar la estadía en el hospital.

Llego corriendo solo para encontrarme con un montón de camillas de hospital, una simple cortina azul los separa para darles algo de privacidad. El cubículo de mi abuela es el 5B. Cuando logro verla, todavía hay un montón de médicos examinándola.

—¡Abuela! —exclamo.

Los doctores que la atienden voltean a mirarme con cara de pocos amigos. Mi grito perturbó a los demás pacientes.

—Niña, ¿qué haces aquí? Deberías estar en el restaurante… ¿y por qué estás así vestida?

—Ah… eso no importa, ¿qué fue lo que pasó?

Una de las enfermeras se aparta del frente y entonces veo con horror como sobresale una parte del hueso de su pierna, hay mucha sangre, su pierna no se ve nada bien. Cubro mi boca con las manos y trato de contener las ganas de llorar.

—¿Usted es su nieta?

—Sí señor.

—Su abuela se ha fracturado la tibia debido a la caída, por su edad y la gravedad del golpe, pues ha pasado esto —explica señalando el hueso sobresaliente.

Mi abuela hace una mueca de dolor, pero aparenta sobrellevarlo bien. Siempre ha sido una mujer fuerte, nunca le ha gustado demostrar debilidad.

—No es nada, tranquila Lizzie —dice ella.

—Tendremos que operarla de emergencia para acomodar el hueso en su lugar otra vez, le pondremos un sistema de tornillos para que vuelva a su posición inicial hasta que se repare por sí solo, deberá estar en reposo durante varios meses.

El doctor habla, pero yo ya no lo escucho, mi mente se ha ido lejos pensando en todo lo que voy a tener que costear con esto. Yo quiero lo mejor para ella, por supuesto, pero este accidente no lo cubre el seguro que tiene, ni siquiera el dinero que me dará ese hombre podría pagarlo.

»… ¿Señorita?

—Ah, sí, disculpe, ¿qué decía?

—Tiene que ir al quinto piso para hablar con administración para el pago de la operación.

—¿Ahora?

—Sí, mientras la llevaremos a cirugía.

Me acerco a la cabecera y le doy un suave beso en la frente, ella toma mi mano y la aprieta con fuerza, sé que está sufriendo, aunque no quiera demostrarlo.

—Todo estará bien Lizzie, no te preocupes por mí, quita esa cara y mejor vuelve al trabajo, no quiero que lo pierdas por mi culpa.

Suspiro y le regalo una sonrisa falsa.

—Está bien abuela, vendré a verte en un par de horas.

Salgo disparada de inmediato hacia el quinto piso. Tomo el ascensor pues, son demasiados pisos como para caminar.

Varias personas se suben después de mí, pero poco a poco se va vaciando hasta que quedo sola otra vez. Cuando salgo al lugar que marca el botón rojo, mi celular suena con un mensaje.

“Hola Elizabeth, este es el acuerdo para lo que te propuse en la oficina, revísalo y si estás de acuerdo, por favor fírmalo de inmediato. Stefan Marriott”.

He estado tan concentrada en lo de mi abuela que olvidé esto por completo.

Junto al mensaje hay un archivo adjunto, lo abro sin más, esperando ver una especie de hoja donde diga más o menos lo que tengo que hacer, sin embargo, no es lo que yo esperaba en lo absoluto.

Un enorme contrato de más de diez páginas para leer es lo que recibo en cambio.

—¿Este tipo está loco? ¿Quién hace un contrato de diez páginas solo para eso?

Deslizo hoja por hoja leyendo por encima lo que dice, no tengo tiempo para esto ahora. Llego hasta el final y lo firmo sin terminar de leer, ya lo hojearé después con más tiempo.

Le envió el documento firmado y un simple “Ok”.

No he terminado de llegar frente a la puerta de la administración cuando ya me está llamando.

—¿Ocurre algo malo con la firma? —pregunto apenas contesto.

—No, solo quería avisarte que debes reunirte conmigo en el hotel Double Tree, ¿lo conoces?

Por supuesto que lo conozco, ¿acaso cree que vivo bajo una roca? Es uno de los hoteles más lujosos y exclusivos de la ciudad.

—Sí, ahí estaré.

—Bien, mandaré a mi chofer por ti a la dirección que me diste.

—¿Qué? No, no puedes hacer eso, yo me iré en taxi.

—¿Leíste el contrato? Ahí dice muy claramente que dejarás que disponga para ti un transporte. Irá a recogerte antes porque primero debes estar… presentable. Te llevará a una boutique para que compres algo de ropa. También corre por mi cuenta.

Me quedo boquiabierta, no puedo refutarle nada porque en realidad no lo hice, no leí esa cosa.

—Ah… sí, está bien.

—Elizabeth, debe llegar temprano, necesitamos conocernos para que mi padre pueda comprarse la mentira, te advierto que es un hombre muy quisquilloso, sabe detectar mentiras, no nos va a creer tan fácilmente.

—Ok, ¿a qué hora pasará por mí?

Algo me dice que tendré que leer ese contrato de todos modos.

—Puedo hacerlo ahora mismo, ¿dónde estás?

—Ahora mismo no puedo, dame al menos una hora, pero no en mi casa —Me moriría si alguien lo viera por allá, además mi hermano llega del colegio al medio día—, búscame en la plaza Harriet Tubman, ¿la conoces?

—Por supuesto.

Cuelgo la llamada después de un par de palabras más con él. No sé si estoy preparada para esto, tengo la impresión de que este nuevo “trabajo” que acepté, no saldrá tan bien como espero. De hecho, estoy segura de que será un completo desastre.

Suspiro con pesadez y toco la puerta.

—Todo sea por ti, abuela.

La gente del área de administración se demora al menos diez minutos en asomarse por la ventanilla. La señorita que me atiende parece tener esa misma actitud que tienen todos los trabajadores públicos.

—Todavía no puedo darle un estimado porque hay que evaluar los costos de la cirugía, pero desde ya le digo que su seguro no lo cubre todo, ¿con qué desea pagar? ¿tarjeta, cheque?

—Ah… será con cheque, supongo. Envíeme los recibos por favor, tengo algo de prisa.

—Descuide, así se hará, antes de que le den de alta a la paciente.

Mi cabeza palpita del estrés, no tengo otra alternativa más que seguir con la loca propuesta de este hombre. Los millonarios tienen una forma muy excéntrica de ser.

Esta vez tomo el autobús, que me deja justo en la cuadra de la plaza. Como siempre hay mucha gente, el sol brilla intenso sobre mi cabeza; por suerte aun tengo mi gorra.

A los pocos minutos de haber llegado, un espectacular auto color negro aparece en la calle frente al monumento. De él, se baja Stefan Marriott.

Si antes ya lo había visto guapo, debo decir que ahora que lo detallo mejor, es mil veces más atractivo.

Camina hacia mí con una actitud de confianza que nunca había visto en un hombre, se quita los lentes de sol que trae y extiende su mano hacia mí.

—¿Vamos?

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