CAPÍTULO 2: UN TRATO

Stefan

Apenas son las diez y media de la mañana y ya estoy comenzando a sentir un terrible dolor de cabeza. Primero tuve que soportar las quejas de mi padre acerca de cómo llevo la empresa y mi vida, y ahora, esta chiquilla desaliñada frente a mí me ruega que no le diga al dueño del Ferrari que lo ha arruinado por completo.

Me doy cuenta de que Heather tiene ganas de echarse a reír, y no es para menos, la pobre no tiene idea de que está hablando directamente con el propio dueño del auto.

—Ese auto me pertenece, tendrás que pagar los daños que causaste, no doy contemplaciones —respondo con un semblante serio.

La chica palidece y podría jurar que su corazón se detiene por un instante, pues sus ojos quedan en blanco, como si estuviese yéndose de un desmayo.

—¿U-usted? —tartamudea.

—Sí, yo soy el dueño del auto.

Y rodarán varias cabezas por lo que ha pasado. Dejé a Timmy a cargo de su cuidado, así que no me explico cómo es posible que terminase con el parabrisas hecho trizas.

—Lo siento tanto, de verdad, fue un accidente.

—Acompáñeme señorita, vamos a ver qué tan grave fue lo que hizo.

Ella traga en seco y asiente en silencio. Tengo que esperar un segundo a que se le pase el shock para que comience a avanzar hacia el estacionamiento.

Mientras camina la detallo de pies a cabeza. Va muy desaliñada, con una gorra que parece estar mojada, al igual que parte de su ropa, un poco sucia y manchada. ¿De dónde salió esta mujer?

A pesar de ir así vestida, no es fea, por el contrario, tiene un rostro como de ángel.

Salimos al sol abrazador que me hace arrugar la vista. El Ferrari está ahí estacionado porque los idiotas de mis empleados no saben hacer nada bien. El estacionamiento privado de la empresa está inundado por una tubería que reventó esta madrugada. Mientras solucionan el problema, es lógico que no podía dejarlo ahí dentro.

Cuando llegamos al lugar, no podría describirlo como algo más que una terrible escena del crimen. ¿Cómo es posible que una chica tan pequeña sea capaz de crear semejante sacrilegio contra mi pobre auto?

—¡¿Cómo pasó esto?!

—Yo estaba allá arriba —explica señalando el cartel—, y el balde cayó sobre su Ferrari.

El arma homicida está ahora a un costado del carro. Mi parabrisas está destrozado, la pintura del capó está rayada y hay una ligera abolladura, además de que ha quedado todo manchado con el agua asquerosa de esa cosa.

—¿Tienes idea de cuánto va a costar repararlo?

—Lo siento, lo siento tanto. Por eso quería hablar con la compañía de seguros, seguramente ellos cubrirán los gastos, y yo puedo pagarle poco a poco. Quizá si… —Levanto la mano para interrumpirla. Esta mujer no para de hablar ni un segundo.

—Esto no lo cubre el seguro.

—¿Q-qué? —Vuelve a tartamudear.

—¡Señor! ¡Señor Ma…!

—¡Timmy! —interrumpo antes de que diga mi nombre.

Me parece que esta chica no sabe que yo soy el dueño de la aseguradora a la que acaba de entrar. Sé perfectamente lo que cubre el seguro de la empresa o no, y este accidente no es uno de ellos. Si cubriéramos cosas así, a cada segundo tendría clientes histéricos pidiendo el cambio de sus cristales.

—Señor… —dice jadeando, pues ha venido corriendo—… esta chica, arruinó su parabrisas y…

—Sí, lo sé, estamos conversando ahora el cómo va a pagarme. Retírate, tú y yo hablaremos después.

—Sí señor.

Timmy da media vuelta y se regresa con los brazos caídos y la energía por el suelo. Ahora comprendo cómo es que ella tuvo la oportunidad, si él nunca está.

—Por favor, señor, se lo suplico, déjeme pagarle por partes. Quizá si hablamos con el dueño del seguro pueda hacer una excepción.

—¿Tienes idea de cuánto vale reparar esto? —cuestiono señalando el desastre.

A decir verdad, no vale tanto como ella imagina, pero me estoy divirtiendo al ver su sufrimiento. Al menos es un poco de alegría para mí luego del mal rato que me hizo pasar mi padre.

Se supone que esta misma noche debo llevarle a la supuesta mujer de mi vida, esa que me inventé en un arranque de estupidez y locura, cuando le dije que sí estaba comprometido y a punto de casarme.

Es lo único que podía hacer para quitármelo de encima, porque ya me cansé de decirle una y mil veces, que eso nunca sucederá.

—N-no, y no tengo dinero —confiesa con un titubeo en la voz.

—Mmm… —La vuelvo a detallar de arriba abajo. De pronto, otra de esas ideas absurdas viene a mi mente.

Quizá no debería aprovecharme de su desespero, pero yo también estoy desesperado. Necesito a alguien que finja ser mi novia, y esta chica parece ser la indicada.

»Bueno, en ese caso, puedes pagarme de otra manera.

Ella cambia la expresión de su rostro, y antes de que me dé cuenta, ya ha levantado la mano. Me planta una cachetada que me voltea la cara.

—¡¿Qué le pasa?! Yo no soy ninguna cualquiera, respéteme. Si quiere demándeme, pero no voy a permitir que me insulte.

—¡¿Qué está pasando aquí?! —grita un hombre de mediana edad, medio subido de peso. Varias gotas de sudor le recorren la frente.

—Señor Jhonson, yo…

—¿Qué le pasó a este auto?

—¿Ella es su empleada? —pregunto al sujeto mientras me acaricio la mejilla. Podrá ser pequeña, pero tiene una mano pesada.

—No, esta de prueba.

—Señor Jhonson, fue un accidente, yo…

—No puedo creerlo —murmura—, ni sueñes que vas a tener el trabajo. ¡Lárgate de aquí!

La chica no puede evitar sollozar. Las lágrimas se arremolinan en sus ojos, pues se ven cristalinos. Una de ellas se desborda y le recorre la mejilla sonrojada.

La cachetada me dolió, pero debo admitir que lo que dije sí puede prestarse a malinterpretaciones.

Ella no dice nada más, se traga el orgullo que había mostrado hace un segundo conmigo y empieza a alejarse.

—¡Ey! ¿A dónde vas?

—Ya le dije, demándeme si quiere, no voy a aceptar propuestas indecentes. Iré a hablar con el dueño de la aseguradora, quizá él pueda ayudarme.

Contengo una vez más mis ganas de reírme. Está bien, dejaré que lo intente solo por la satisfacción de ver su cara.

—Ok, dame tu número entonces, y tu nombre. Necesito saber a quién voy a denunciar.

—¿Lo dice en serio?

Yo asiento con la mirada más fría que puedo darle. Sus ojos verdes vuelven a llenarse de lágrimas. Quizá estoy siendo un poco cruel con ella.

—Mi número es siete, cinco, ocho, nueve, cuatro, dos. Y mi nombre es Liz… Elizabeth Brown.

—Muy bien, gracias.

Doy media vuelta y me apresuro a volver a la empresa antes que ella. Se queda de pie ahí un rato, procesando todo lo que acaba de pasar.

En la recepción, le digo a Heather que la deje pasar.

—Muy bien señor.

Tomo el ascensor y llego a mi oficina. Abro las cortinas del ventanal que da hacia la vista de la hermosa ciudad de Newark. Desde aquí se puede ver hacia el mar, y es una vista preciosa. Mi oficina es la más grande todas, por supuesto, soy el CEO de la empresa que lleva mí mismo apellido.

Pasan al menos quince minutos antes de que me anuncien por el intercomunicador que ella está aquí.

—Hágala pasar.

Elizabeth toca a la puerta antes de entrar con timidez. Yo estoy dándole la espalda en la silla, así que no ha visto mi rostro.

—Buenos días, sé que esto le sonará muy descabellado, pero necesito su ayuda para reparar un auto que tiene seguro en esta empresa, de hecho, creo que es de uno de sus empleados.

Me giro en la silla con una expresión de póker. En cambio, ella abre los ojos hasta el límite y sus mejillas se ponen tan rojas que parecen dos tomates Cherry.

—No puede ser… ¡¿Usted?!

—Entonces, como le decía, ¿cómo piensa pagarme?

—Pero… usted… es, ¡¿es el dueño?!

Me pongo de pie y le extiendo la mano.

—Stefan Marriott, CEO de seguros Marriott.

Elizabeth me mira encolerizada, no parece estar muy contenta con la pequeña broma que le acabo de jugar.

—Mire, de verdad, no tengo dinero, y ahora me acaban de llamar para darme una noticia terrible, tengo que irme, pero antes quería ver si podía hacer algo. Si usted es el dueño, seguramente que puede hacer la excepción.

—Ya le dije que mi seguro no cubre eso, y su situación económica no es mi responsabilidad.

—Y yo le dije que me haría responsable, pero tiene que darme una oportunidad.

—Ni pagando en cuotas podrías hacerlo, pero, tengo una mejor oferta para ti, a cambio, saldaré tu deuda. Y no implica nada indecente, por favor no me vuelva a golpear.

Ella se encoge de hombros y mira hacia abajo con vergüenza.

—¿De qué se trata?

—Usted necesita dinero, eso se le nota, y yo necesito mmm, digamos que una persona que pretenda ser algo por una noche. Luego de eso, cada uno tomará su camino y con suerte, no nos volveremos a ver.

—¿A qué se refiere? Sea claro por favor.

—Bien, lo explicaré lo más simplificado posible. Necesito a una chica que pretenda ser mi novia por una noche.

Elizabeth vuelve a abrir los ojos como platos, y parece dispuesta a dar la vuelta en ese preciso instante.

»Antes de que se vaya, piénselo bien. Le pagaré mucho dinero, y saldaré la deuda de los daños en el auto.

—¿Está loco? ¿Por qué aceptaría algo así?

—Es eso tardarse media vida pagando los daños.

—¿Me está amenazando?

—No, solo le doy sus opciones.

La chica suspira y se queda sopesándolo un par de segundos.

—¿Cuánto?

—Te pagaré diez mil dólares si aceptas.

No la estoy escogiendo a ella solo porque me cayó como un ángel del cielo, sino porque necesito a alguien que esté lo más alejado posible del entorno en que me desenvuelvo. Así mi padre no tendrá forma de averiguar quién es en realidad, y cuando acabe la mentira, podré volver a la normalidad sin preocuparme por encontrarla en algún restaurante o reunión social.

—¿Lo dice en serio?

—Podría ser más si quieres negociar.

—No, quiero decir, diez mil está bien.

—Entonces ¿aceptas?

—¿Solo será por una noche?

—Sí, solo una noche.

Ella mira su celular con insistencia, parece que no era mentira lo de que se tenía que ir.

—Está bien, acepto, pero ahora de verdad debo irme. Envíeme los detalles a mi celular.

Sale corriendo sin darme oportunidad a decir nada más.

Este día ha dado un giro de acontecimientos que no me esperaba, pero al final, resultará bien para mí.

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