Conociendo a Carol

Matthew

Le hago compañía mientras libera su dolor y no soy el único, la muerte nunca es fácil de manejar para nadie. El personal médico también está afectado porque Georgina era alguien que se ganaba tu corazón sin reparo. Tenía bromas y palabras de ánimo para todo lo que te acongojara, era capaz de hacerte ver la vida desde otro punto de vista. Así era ella, sencilla y fuerte a pesar de haber pasado, por tanto. Y hoy a esa maravillosa persona, le he hecho una promesa antes de partir y pienso cumplirla sin lugar a duda. Ya que ahora tengo algo nuevo por lo que vivir, por lo que sentir, algo que me ha dejado una mujer sin igual.

Al final creo que mi amiga y madre adoptiva tenía razón cuando me repetía hasta el cansancio que la ayuda venía en camino. Ella que me entendía y aconsejaba ha vuelto a hacerlo, otra vez me ha dado un nuevo ángulo para observar la vida. Tengo un nuevo soporte para sobrevivir y así cuidar de su tesoro más preciado, algo que me da agarre para seguir y eso se llama Carol.

A la cual he debido acompañar durante todo el proceso de pérdida, apoyándola en los preparativos del entierro y en lo que necesite. La verdad es que durante esos días todo se mueve tan rápido que parece irreal. No deja de venir a mi mente esa creencia de que hoy estás vivo y riendo, pero puede que al otro día te hayas marchado para nunca volver. Es frío el ambiente de los velorios, doloroso, vacío, no dejo de recordar el día que tuve que despedir a mis padres. No dejo de ver los dos ataúdes y una cantidad interminable de personas dándome el pésame, diciendo que les dolía, cuando en realidad el único perdido en un mar de dolor era yo. Como mismo está ahora Carol, aunque me duela no puedo expresarlo, siento que no sería justo. Creo que nadie puede comparar lo que siente con lo que ella lleva por dentro. Así que solo guardo silencio y permanezco a su lado sin hablar, nada más ofreciéndole mi presencia.

Al día siguiente, bajo un ambiente gris, nos encontramos en el cementerio, nuestros rostros expresan todo. Dolor, se siente mucho dolor dentro de cada uno, la pérdida está instalada en nuestras almas, pero de nuevo me lo trago y la dejo aliviar el suyo.

Tercera persona

El cura dice algunas palabras para despedir el alma que descenderá y allí, bajo una sombrilla negra, dos almas entrelazadas por la misma angustia se despiden para siempre. Rosa blanca en mano dan sus últimas palabras de amor y adiós. Lanzan las flores sobre el ataúd mientras este desciende hacia su última morada.

Carol cae sobre sus rodillas y llena sus manos de tierra, mientras mira al cielo llorando. Prometiéndole a su madre que va a graduarse y ser la mejor, que será feliz sin dudarlo. Los brazos se extienden y la ayudan a levantarse para luego sostenerla. La guían hacia el auto después de ver por última vez la lápida. Un joven hace en silencio su promesa nuevamente, cuidará sin dudar de su tesoro. Y, además, le agradeció por haberse cruzado en su camino cuando más lo necesito y aunque fuese por un breve tiempo valió la pena por completo.

La lluvia se hace más fuerte, pero no corren, solo avanzan en el silencio hasta llegar a su objetivo. Llegando al carro, se quitan los abrigos empapados antes de entrar y ya adentro se sientan solo mirándose. Carol descubre unos ojos verdes bajo largas pestañas que prometen un largo viaje, ¿de qué? No sabe, pero de alguna extraña manera eso es lo que ve.

—¿Eres Matt?

—Matthew Gil.

—Hola, Matthew Gil, soy Carol Lafarge, la hija de Georgina Lafarge, un placer conocerte al fin y de corazón, gracias por todo.

Ambos estrechan sus frías manos y él no puede evitar encerrar entre las suyas las de ella para darle calor. Incluso las acerca a su boca y sopla para calentarlas sin pensar por un segundo en lo que hace. Esa acción simplemente para él pasó desapercibida, sin embargo, en ella provocó color en sus cachetes. Estaba algo avergonzada del momento, pero salió de este al Matthew volverle a dirigir la palabra.

—¿Al fin?

—Ah cierto, madre me habló mucho de ti, su amigo Matt. Perdón por no reconocerte en el hospital, la verdad no veía a nadie más que a mi madre en ese momento.

—No hay problema, lo entiendo perfectamente. Tu madre era una gran amiga y me aconsejaba todo el tiempo. Hacer esto por ella no fue nada, en realidad era lo mínimo con lo que podía ayudar.

—Me imagino —le sonríe—. Si algún día me necesitas cuenta conmigo sin dudar.

Eso lo impactó, nunca nadie le había ofrecido su ayuda de manera tan sencilla, siempre quien le había estirado la mano antes tenían una doble intención, pero ella, no. Matt bajó su mirada y mordió su labio para pensar, esta acción hizo ver a Carol lo apuesto que era. Se quedó por un rato mirándolo hasta que él volvió a su rostro y preguntó.

—¿Puedo pedirte algo? Quizás sea egoísta, no obstante, creo que es lo que necesito. Además, tu mamá me dejó un encargo llamado Carol.

—¿Soy un encargo? Okey, eso es raro, pero te lo debo de cierta forma, así que pídeme lo que sea. Es evidente que mi madre confiaba mucho en ti.

—No me abandones, por favor.

Esa frase la impacto y se puso colorada nuevamente, no había tenido una relación sería nunca con el otro sexo. Claramente, la enfermedad de su madre, no le daba tiempo para pensar en eso, así que había desechado ese tipo de unión. Era permitido nada más lo ocasional, encuentros sexuales sin importancia. Ahora él de repente quiere que ella no lo deje, cuando nada más lo conoce por todo lo que su mamá le había contado sin cansancio cada día. Sabe lo bueno que fue eso para ella en ese tiempo que como hija casi no pudo estar. Está divagando en esos pensamientos cuando algo la detiene en seco y luego de analizar por unos segundos, sus ideas se calman y entonces piensa que:

“Um… de seguro habla de una amistad, de que más podría hablar sin conocerme, que burra. Bueno, pensándolo bien, le debo favores y yo le pedí que lo dijera, así que…”

Su respuesta brota sin dificultad de sus labios.

—Okey, me quedaré a tu lado. Dime que debo hacer para ayudarte.

—No quiero que vuelvas a pasar lo que sufriste una vez, solo necesito tu amistad. Alguien sincero, a quien poder dar una llamada para hablar y recobrar mis fuerzas ese día. La verdad yo había desistido del tratamiento, pero tu madre me pidió que luchará y eso haré.

—Entonces yo te acompañaré como no pude hacer con ella.

—¡No! No quiero que me veas así, no debes sufrir.

—Tú eres quien sufres, yo solo te doy mi apoyo, a mí no me duele físicamente como a ti. Si mi madre te hizo luchar, su hija te acompañará en el camino.

Ella sonrió y para él todo se iluminó, era igual a su mamá, un bello amanecer. En ese momento, nada más le vinieron estas palabras a la mente:

“No me abandones Dios, permíteme luchar por ella, mi espíritu de fuerza”

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