02 - Decisión

El mensaje me pareció repugnante, y con la rabia instalada en la sangre y la decisión tomada; decidí quedarme unas horas extras en la oficina y así, poder redactar un acuerdo de divorcio. Un buen rato después, cuando me convencí de todo lo que solicitaba en este documento, lo firmé sin dudar ni un segundo y salí de la empresa, dispuesta a negociar con Dante.

Él no tenía ni idea de que yo lo había pillado con su amante y mucho menos, la sorpresa de cumpleaños que le daría en este instante. Cuando me estaciono frente a la casa, tomo a carpeta donde se encuentra el documento, junto un lapicero y con pasos seguros, me adentro en el interior.

Estaba en silencio, con las luces tenues, decorados con rosas y algunas velas y el aroma de una cena exquisita. Sonreí, porque si no hubiese visto lo de hoy, hubiera caído fácilmente a este juego de seducción. Talvez, al percatarse de la ausencia de Magali, creyó que podría deslumbrarme con esto, pero para su mala suerte, nada de su esfuerzo serviría en este momento.

En definitiva, ya no quería nada con él.

—Cariño, que bueno que regresaste —dice, con una sonrisa tan falsa como él. Se acerca a mí y me envuelve en sus brazos. La sensación nauseosa se apodera de mi cuerpo y lo único que deseo es que se aparte de mi cuerpo. Contengo la respiración para no vomitar, pero al parecer él se da cuenta—. ¿Sucede algo?

La seriedad era inmutable en mi rostro y al parecer a él le preocupaba bastantes.

—Es la primera vez que preparas la cena desde que nos casamos —Él se obliga a sonreír.

—¿Te gusta?

—Me hubiese gustado antes, pero creo que ahora no servirá de nada. Nuestro matrimonio…, ya no tiene solución —comento, caminando hacia el comedor.

—No entiendo, Amelie.

El comedor está decorado con dos velas en el centro, un mantel blanco sobre ellas, los platos y cubiertos bien alineados, y un ramo de rosas rojas descansando a un lado, que se supongo sería para mí. Volteo a enfrentarlo.

—¿Estás seguro? Yo creo que si sabes perfectamente de que hablo. Intenté e intenté, miles de veces salvar éste matrimonio; años tras años, plantada en mis cumpleaños, en los aniversarios, e incluso con Maga, y, sin embargo, hoy logré entender por qué. —Inicio mi discurso—. Ya no me amabas, Dante.

—Amelie, sea lo que sea que sucede, podemos solucionarlo, juntos —rebuzna desesperado.

Vuelvo a sonreír.

—¡No! no poder remendar algo roto, torcido y muerto, Dante. Quizás nos mantuvimos en matrimonio por Magali, pero ella es muy inteligente, sabrá entender. —En ese momento, enfoca su atención en la carpeta.

—¿Qué es eso?

—Son los papeles del divorcio. Quiero divorciarme de ti, Dante.

El hombre se veía asustado, sorprendido. Él estaba atónico. Intenta acercarse a mí, pero retrocedo dos pasos atrás, poniendo la carpeta como escudo. Quizás creía que volvería a caer entre sus garras, que creería en sus mentiras, pero ya había tomado la decisión.

—¡NO! ¡NO TE DARÉ EL DIVORCIO, AMELIE!

—Lo harás, de lo contrario te voy a hundir.

—Te puedo explicar todo, cariño… —Saco el celular y comienzo a buscar el video—. ¿Qué es eso?

El video comienza a reproducirse, mostrando el momento exacto de su encuentro sexual con su amante, en nuestra cama.

—Tendrás que firmarlo, si no quieres que arruine tu reputación —Él suelta un suspiro, pasa sus manos por su cabello y toma los papeles con brusquedad. Le facilito la pluma y no le queda más opción que hacerlo.

Pensé que me daría más pelea, pero al parecer, su reputación es más importante que mantener su familia unida. La cláusula era clara; Dante abandonaba la casa y renunciaba a todos los bienes que teníamos, lo que significaba que se marchaba con las manos vacías. Además de brindarle la pensión alimentaria a mi hija. Todo estaba claro y directo.

Me fui de la casa para darle tiempo de juntar sus cosas y marcharse, y mientras conducía hacia la casa de mi madre para recoger a mi hija, en la mente se reproducía una y otra vez ese momento.

Estaba dolida.

Cuando llegué, abracé a Maga con tanta fuerza. La aseguré en el asiento trasero, para después agradecerle y despedirme de mi madre.

—¿Y papá? —Magali es una niña muy inteligente y sé con certeza que intuía que las cosas no están bien, pero, aun así, no sabía cómo darle una respuesta a ella; cómo explicarle que nos separamos.

Y antes siquiera pronunciar alguna palabra, ella presionó sus manitas en mi hombro, y me abrazó, calmándome completamente y agradeciéndole en silencio.

Finalmente, al llegar a la casa, Dante ya no se encontraba. Acosté a mi hija en su habitación, para luego dirigirme a la habitación de invitados y comenzar a descargar mi frustración, mi dolor, todo.

Al día siguiente, cuando llegue a la empresa, todos los compañeros corrían de un lado para otro, con terror en sus rostros. Todo parecía un caos. El nuevo jefe, trataba a todos con mucha prepotencia, sin medir sus palabras. Patricia se acerca de inmediato a mí, con un rostro de miedo y desesperación.

—¡Dios, Amelie! Qué bueno que llegas. El jefe está con un humor de los mil demonios —manifiesta. Parecía un cachorro asustado, temblando en frente de mí.

—Oí sus gritos desde el primer piso. ¿Qué es lo que sucede? —pregunto.

—No lo sé. Simplemente comenzó a gritar como un loco, dando órdenes de aquí para allá —explica.

—Debo ir a entregar unos documentos.

—Pues, en ese caso, te deseo la mejor de las suertes con ese tirano —Sonríe, pero no era real, más bien parecía forzada, pues sus nervios la estaban dominando.

Tomo los documentos y me dirijo con los papeles en mano hacia su oficina. Cuando su asistente me anuncia, él de inmediato da la orden para que ingrese.

Sus ojos azules me estudian de pie a cabeza; mismos que parecen sentir emoción, enojo y sorpresa a la vez. Al principio me siento intimidada por la profundidad de su mirada, como si quisiera tomarme con sus garras y despedazarme y al mismo tiempo abrazarme. Trato de no demostrarlo, y espero no fallar en el intento.

Me acerco.

—Buenos días, señor Wright. Aquí le traigo los documentos que solicitó. —Él lo toma con brusquedad, sin apartar sus ojos asesinos de mí. Es un duelo de miradas, que no le daré el gusto de ganar. No pienso agachar la cabeza ante él.

Al parecer eso le sorprende y arruga el entrecejo, lo que lo hace ver adorable.

—Ayer se retiró más temprano de lo normal. Eso no está permitido en mi empresa y espero no vuelva a ocurrir. —Me reprende como si fuese una niña pequeña—. Necesito personas competentes trabajando para mí, no quienes se toman como un chiste su puesto.

Arrogante, imbécil. No me cae bien, pero me atrae.

—Si tengo el puesto de directora, es porque me lo gané trabajando, señor. Los números no mienten —manifiesto y agradezco que la voz me haya salido firme. Me observa molesto, y no me importa. No puedo permitir que insinúe que me tomo a la ligera mi puesto de trabajo—. Además, si revisa el circuito, podrá comprobar que durante toda la tarde estuve en la empresa, incluso, realicé horas extras. Me tomo muy en serio, mi trabajo y le aseguro que soy bastante competente, señor.

Su mirada quiere asesinarme, y por un momento, me arrepiento de mis palabras, creo que me propasé con ellas. En menos de veinticuatro horas me he convertido en una mujer divorciada, y todo lo que he pasado me tiene bastante tensa, por lo que creo que han afectado mi raciocinio y no me permite pensar con claridad antes de actuar.

No dice nada. Absolutamente, nada. Solo mantiene la mirada fija en mí, y yo mantengo mi boca cerrada. Estoy bastante a la defensiva, y no quiero reaccionar en contra de mi propio jefe.

—Debes medir tus palabras conmigo. —dice renuente, y la gravedad de su voz me excitó. Me encendió.

No pronuncio nada, mi boca está sellada y solo me queda asentir ante sus palabras, dándole a entender que lo oí.

—Entiendo y me disculpo.

—¿De verdad?

—En realidad, solo dejo saber lo que le interesa —respondo, cortante y seria.

—Parece que estas muy a la defensiva, señorita Verlice —manifiesta, y sus labios se curvan hacia un lado.

—Solo debe parecerle. Me encuentro perfectamente bien.

—Razón por la que aseguro que lo estás. Trata de no mezclar tu vida personal con la del trabajo.

En ese momento, alguien interrumpe en su oficina, y agradezco enormemente que lo haya hecho, porque sentía que el aire me faltaba. Sin embargo, cuando descubro de quien se rata, efectivamente, el aire se me va, quedándome en shock, mis ojos se abren sin disimulo por la sorpresa. El golpe imaginario en mi pecho, me golpea tan fuerte, devolviéndome a la realidad.

Atónica queda corto para describir como me encuentro.

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