En otro lugar.El teléfono del Alfa suena de nuevo, su tono insistente corta el silencio sepulcral del despacho donde se encuentra reunido con el Beta y el Delta.Aprieta los dientes con fuerza, haciendo que rechinen; intenta ignorarlo. La información que sostiene entre sus manos hace hervir su sangre, inundando su cuerpo de una ira densa y una frustración desgarradora que apenas puede contener.Con el ceño fruncido y un suspiro cargado de exasperación, finalmente toma el móvil. Mira la pantalla: un número desconocido. Eso lo inquieta aún más, así que decide responder.—¿Señor Taylor? —pregunta la doctora, con el nerviosismo a flor de piel.El médico encargado del laboratorio prefirió renunciar antes que enfrentar a Arón.—Con él —responde de manera seca.Por la bocina del teléfono, su oído agudo logra captar la respiración agitada de la mujer.—Señorita, hable de una vez… antes de que mi paciencia se agote por completo.—Señor Taylor… hemos sufrido un robo en los laboratorios de fert
—¿Dónde están las otras cachorras? —es la pregunta firme y potente que realiza el Alfa Supremo. Los lobos se levantan de inmediato, obedeciendo la orden. El sufrimiento se refleja en sus rostros como sombras grabadas a fuego, profundas, antiguas, casi irreparables. Arón se sumerge en sus memorias, y a través de ellas, contempla las atrocidades que cometió Primo, el Alfa que los sometía con crueldad. Para Primo, ellos no eran más que escoria. Bestias deformes que no merecían dignidad ni compasión. Los obligaba a trabajar más de veinte horas al día y los azotaba ante el menor intento de sublevación, sin permitirles siquiera la posibilidad de autocuración, ya que los collares de plata lo impedían. En medio de sus recuerdos, aparece la figura borrosa de un hombre desconocido, una sombra sin rostro que parece ser la mente maestra detrás de toda esa manipulación y avaricia que sedujo a los ahora fallecidos líderes de la manada. El Alfa Supremo es el mejor rastreador de todas las
EN EL CASTILLO…Son recibidos por doña Gertrudis, el ama de llaves, y Asdrúbal, el mayordomo. Son esposos.—Bienvenidos, sigan, por favor. En unos momentos les acomodo las habitaciones —dice la tierna anciana, antigua nana de Arón.—Los instalaremos en el ala sur, lejos de los aposentos del señor —le susurra Asdrúbal.—No, allí deben iniciar unos trabajos de reconstrucción la próxima semana. Entonces lo haremos en el ala norte —responde Gertrudis con amabilidad.—¿Trabajos de reconstrucción? —pregunta el mayordomo, sorprendido. Él es el encargado de ese sector y no lo sabía.—Sí, hay unas paredes que se han fisurado o perdido su color. Creo que te estás haciendo muy viejo para este trabajo, que ya ni te fijas —le recrimina la anciana.Asdrúbal la mira con el ceño fruncido. Sin decir nada más, se aleja; irá personalmente a verificar lo que dice su esposa. Es muy cuidadoso con todo y no puede creer que algo así se le haya escapado.—Rico y Javier, traigan las maletas y síganme —ordena d
—Thor, ¿puedes decirme por qué estás tan tranquilo?…—Alfa, creo que la falta de sexo te tiene alterado —responde, sabiendo que su comentario solo lo pondrá más furioso.—No me jodas —responde, exaltado y a punto de romper el enlace.Pero Thor sabe que necesita calmarlo; han tenido una semana demasiado agotadora. Apenas han logrado rescatar medio centenar de cachorras, y las condiciones en las que las tenían son desgarradoras.—Sabes que ella es real, y es nuestra mate —susurra Thor, haciendo que el corazón del Alfa dé un brinco de alegría.—¿Pero cómo entró y salió? —pregunta, ansioso por conocer cada detalle.—Solo sé que nuestra Potra es especial. Debes tratarla con cariño y conquistarla cuando nos encontremos. No puedes dejar salir tu prepotencia y soberbia, o nos mandará por un caño.—Te prometo que le haré un altar y la trataré con dulzura, respeto y mucho amor. Aunque, en la oscuridad de nuestra habitación, no me controlaré; ansío tenerla y volver a explorar cada centímetro de
Siente cómo las fuerzas comienzan a abandonarlo lentamente y la oscuridad se arrastra desde dentro… lenta… helada… sofocante.—Arón… no soporto más… lo siento —murmura Thor, apenas audible, su voz impregnada de culpa y cansancio.—Soporta un poco más —súplica el Alfa, cerrando los ojos un instante, intentando transmitirle energía a su lobo.—¡Váyanse! —ordena con tono fuerte a sus guerreros, señalando la puerta con un movimiento tembloroso—. No puedo permitir que todos perezcan.—¡Salgan! —grita el Beta, sin vacilar, aunque su mirada se clava en su Alfa con una mezcla de angustia, impotencia y lealtad de los más grandes hermanos.Arón, al ver que su Beta duda en obedecer la orden, gruñe.—¡Vete! Lennon, eres el segundo al mando… y en mi ausencia, serás el nuevo Alfa.—Olvídate de eso. Saldremos juntos, o ninguno saldrá —le espeta el Beta con voz firme y desafiante.—No seas terco… No te estoy preguntando… ¡Te estoy dando una orden! —ruge con las pocas fuerzas que le quedan, su tono me
—¡¿MAMÁ?! —grita Annie, dejando sorprendidos a Júpiter y Salvador, quienes abren los ojos de par en par.—Hola, mi princesa —dice Mara, acercándose y envolviéndola en sus brazos con ternura.—¡Has venido! —exclama Annie, recibiendo el abrazo.Mara venía, cada temporada, a la Tierra y poseía un cuerpo humano para estar cerca de su hija. Además, le había incrustado unas pequeñas aclaraciones en su mente, ya que Annie sentía, con cada año que cumplía, que no pertenecía del todo a este mundo.A los cinco años descubrió que podía mover objetos con tan solo pensarlo. A los diez, era capaz de escuchar la voz de una persona sin importar la distancia, siempre que se concentrara en ella. Cada año traía consigo una nueva habilidad.Cuando Zadquiel lo descubrió, intentó sellar sus poderes, temiendo que estos pudiesen atraer a su enemigo antes de tiempo o simplemente despertarlo. Ella debía parecer una simple humana para así pasar desapercibida.Mara no tenía la certeza de que el heredero de la os
—¡Mara! ¡No podrás evitar que esté cerca de mi hija! —grita Zadquiel, exasperado. Ella solo vive reprochándole y ocultándole las cosas.—¿Quieres ver que sí puedo? —lo desafía, con una sonrisa pícara y una mirada cargada de soberbia que brilla en sus ojos.Ella alcanza a escuchar pisadas cercanas; su olfato logra detectar la fragancia azufrada que emana Hades. Interrumpe la conversación con el Arcángel. No puede ser descubierta o todo el plan se vendrá abajo. Debe comenzar a contener sus ansias de hablar con ese traidor.—Mara, quedas a cargo. Iré a resolver unos asuntos en la Tierra —ordena Hades, con su voz autoritaria y su mirada oscura, la cual nunca muestra ninguna emoción.Finalmente ha llegado el momento de sembrar su semilla.Tiene un pacto de sangre, un contrato que ha pasado de generación en generación hasta llegar al padre de la futura Luna de Lunas.Asumen que la maldad que corre por las venas de esa mujer se debe al pacto o que él la ha moldeado a su voluntad, corrompiend
—Yo te brindo la posibilidad de que te vengues y hagas que tu Luna sienta el mismo dolor que estás sintiendo en este momento —cada palabra emitida por Hades va cargada de veneno.¿Pero es realmente el Rey del Inframundo quien gobierna su mente? ¿O son sus propios sentimientos, al sentirse traicionado?Él simplemente podría apoderarse del cuerpo del Alfa sin necesidad de pedir ningún permiso, pero quiere doblegar su espíritu y el de su Luna designada con el dolor, ese que lo fortalece día a día.¿Realmente Hades necesita de algo tan básico entre los terrestres para fortalecerse?Horacio le hace caso a esas palabras que nacen desde lo más profundo de su conciencia y su corazón.En menos de un día, rompe la promesa que le hizo a Apolo de proteger a su hijo.Hades ingresa en el cuerpo del Alfa y llega hasta los aposentos donde ya está Raiza, esperando al Rey. Sus miradas se cruzan y en ambas existe deseo… un deseo en el cual se regocijan.Raiza se entrega por completo a Horacio. Sí, Hades