Karen le pidió a una de las sirvientas que preparase una ensalada de frutas para Christian y que después se lo llevara al cuarto de él. Llamó a la puerta y la abrió. Él estaba sentado frente al gran ventanal con la mirada hacia fuera y con las pelotas elásticas en las manos. Ni siquiera se había volteado a ver quién entraba.
Ella se acercó hasta posicionarse junto a él.
—Me han contado que hasta ahora no has comido. Eso no es bueno para tu salud.
Él alzó la mirada y la miró durante unos segundos. Apartó de nuevo la mirada de ella y la regresó hacia fuera.
—Así que alguien se ha chivado. No tienes que preocuparte por mí, solo haz tu trabajo y todo resultará sencillo.
—No puedo…—soltó y él la miró interrogante. Ella pensó aún más en sus próximas palabras. Se relajó y se sentó en un puf frente a él. —Lo que digo es que me preocupa no solo tu salud, me preocupas tú. Quiero que estés bien.
—¿Sabes por qué te acepto a ti en lugar de a otros?
—La verdad es que no ¿por qué?
—Siento que te con