¿Qué demonios estaba haciendo? Habían pasado ocho años desde la última vez que lo vi. Por lo que sabía, quizá ni siquiera vivía ya en Queens. Al bajarme en la estación de la Calle Sesenta y Uno, un tren con dirección al norte llegó al andén opuesto. Miré hacia el otro lado y me encontré contemplando si debía simplemente subirme de nuevo y regresar al lugar de donde venía. Me quedé allí, dándole vueltas al asunto durante tanto tiempo que la gente comenzó a esquivarme mientras el tren llegaba y luego desaparecía lentamente de la vista.
Su casa quedaba a unas ocho cuadras de la estación. Cuando llegué a la tercera cuadra, mi teléfono vibró en el bolsillo, y el nombre de Christian Merrick se iluminó en la pantalla. Dudé un momento frente al botón de RECHAZAR, con el pulgar suspendido sobre él. Pero entonces recordé lo que le había dicho la noche anterior: le prometí que estaría allí para él. Prometí que dejaría de esquivarlo.
—Hola —dije, al contestar la llamada.
—Hola, hermosa. ¿Cómo est