Capítulo XXII (parte dos)

Dos días después, sentada en una silla de ruedas, estaba esperando que me diera el alta, por protocolo debía salir en silla de ruedas, sujetaba la manta que la enfermera había colocado sobre mis piernas. Adam estaba a mi lado, escuchando atentamente las instrucciones del médico.

Tras despedirnos del médico y las enfermeras, Adam empujó la silla de ruedas hacia la entrada del hospital y, cuando salimos a la calle, parpadeé, cegada por el sol. Había una limusina aparcada en la puerta a la que me ayudó a subir. Unos minutos después, el lujoso coche se deslizaba por las calles de Chicago, hasta su ático. Un trayecto que hicimos en completo silencio.

Apenas llegamos, empezó…

—Deberías irte a la cama.

—No, estoy harta de estar en la cama —le conteste con voz molesta.

—Entonces deberías tumbarte en el sofá. Te llev

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