Suspiré y le pregunté a Teresa: —¿Quieres comer con ellos?
Teresa echó un vistazo a Javier, que estaba a punto de llorar, y sin preocuparse respondió:
—Lo que tú digas.
Javier estaba sentado en el asiento del copiloto, muy contento, y de vez en cuando se giraba para echarme un vistazo. Aunque mientras hablaba con Teresa hacía pucheros, ya no se tiraba al suelo a llorar como antes. Se había vuelto mucho más comprensivo, pero nunca lo odié por ser inmaduro, y tampoco lo quería que parecía ser maduro.
Estos días, Augusto estuvo yendo y viniendo entre la ciudad de Nieves y la ciudad de Mar. Aunque dejó un mayordomo para cuidar de Javier, a menudo él se escapaba solo a mi restaurante después de la escuela, se sentaba solo en la mesa y hacía sus tareas hasta que cerraba. Augusto no dio muchas explicaciones al respecto, y el mayordomo de la familia Vázquez solo venía a recogerlo señor cuando cerraba.
《¿Y qué significa eso para mí? ¿Pretenden que me ablanden? No soy de esas que derrochan amor