21. La Cena

Alessandro y yo llegamos a la casa de doña Gertrudis, donde fui recibida con los brazos abiertos y un torrente de besos cariñosos. La señora Gertrudis, entre risas y gestos afectuosos, me examinó de arriba a abajo.

—¡Qué alegría verte de nuevo! —exclamó, sosteniendo mis manos mientras continuaba su examen.

—Me mira como si no me hubiera visto en años. —comenté entre risas.

—¡Ay, querida! Ha pasado tanto tiempo. Desde tus quince años, no he tenido la oportunidad de verte. —recordó, mientras sacaba dulces del horno.

—¿Me ayudas? En la mesa de allá tienes la cristalería que pondré. ¡Siéntete como en casa! —invitó, y con esas palabras, sentí la calidez y hospitalidad que siempre me brindó en ese hogar. Caminé hacia el mueble y, en ese momento, lo vi: el niño que mi memoria no lograba recordar completamente, el mismo que confundí con José tras el accidente que se llevó a mi padre. Alessandro pasó a mi lado.

—¿Te ayudo? —ofreció, tomando algunas piezas de cristalería.

—¿Quién es? —pre
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